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Desde que Casado tomó el mando ha tenido un objetivo declarado: hacer un PP sin complejos. Dicho de otro modo, volver a las esencias del aznarismo. Para ello ha laminado al marianismo y colocado a sus fieles en los puestos claves del partido y las listas electorales. Pero surgió un competidor inesperado que irrumpió con inusitada fuerza en Andalucía. Ante este escenario tenia dos opciones: marcar terreno y diferenciarse ideológica y políticamente del partido ultraderechista o tratar de imitarlo. Optó por la segunda vía.
Recurrió al insulto contra Sánchez, al que ha tildado de golpista, traidor o felón. Pero fue aún más lejos al decir que prefería las manos manchadas de sangre a las blancas. No se ha quedado ahí. Ayer mismo pidió a los asistentes a su mitin que se imaginaran que eran víctimas de ETA y añadió que los herederos de la banda ahora dicen que ha merecido la pena asesinar porque Sánchez les llama para rogarles que aprueben sus decretos.
A estas alturas el líder del PP resucita a ETA, lo que indica que juega a la desesperada. Añádanse declaraciones ambiguas como las que sugerían la bajada del salario mínimo o de las pensiones, en este caso de su gurú económico, Daniel Lacalle. O sorprendentes y sin sentido como decir que las mujeres embarazadas deberían saber lo que llevan dentro. A las que sumar las de Suárez Illana (abortos después de nacer) o Díaz Ayuso (que los concebidos no nacidos cuenten como hijos).
Esta mezcla de agresividad desmedida, errores de bulto y puras tonterías le están haciendo la campaña a Sánchez, que ahora interpreta el papel de moderado. No se sabe cómo le saldrá este todo o nada en el que se ha embarcado, pero las encuestas no le auguran nada bueno.