Hace treinta años, pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín, con la Unión Soviética en ruinas, los estudiantes chinos levantándose en Tiannanmen, y Europa y Estados Unidos disfrutando del mayor período de paz de la historia, Francis Fukuyama (Chicago, 1952) publicó un ensayo fascinante (y, todo hay que decirlo, de título resultón, casi rozando el clickbait) que entonces marcó una época y que con el tiempo se ha convertido en motivo frecuente de mofa intelectual. En ¿El fin de la historia?, el politólogo de origen japonés defendía que la historia como la conocíamos había llegado a su término, porque la democracia liberal occidental y el capitalismo se habían impuesto para siempre a la batalla ideológica.
Todo lo que ocurrió después contradijo aquella tesis, sin duda arriesgada incluso a pesar de que el título iba entre interrogantes. Ahora Fukuyama, al que creíamos jubilado, ha vuelto a la carretera y estos días ha hecho una gira por medios españoles diciendo Diego donde antes dijo «digo». Su nuevo libro lleva por título «Identidad: la demanda de dignidad y las políticas de resentimiento», y en él defiende que una vez satisfechas las necesidades básicas de paz y prosperidad, la gente ahora demanda orgullo, reconocimiento, sentimiento de pertenencia. Y ese es el contexto en el que han prendido como la lumbre en la paja seca los nacionalismos, los fundamentalismos religiosos y, en definitiva, las políticas populistas.
Fukuyama lleva treinta años siendo el rey del rock&roll pero no ha descubierto la pólvora. Mucho antes que ¿El fin de la historia?, cuando Fukuyama apenas tenía 19 años, dos colegas un poco más veteranos, Alvin Rabushka (Misuri, 1940) y Kenneth Shepsle (Carolina del Norte, 1945), escribieron una joya que se mantiene completamente vigente.
En «Políticas en sociedades plurales, una teoría de la inestabilidad democrática», un libro publicado en 1972, Rabushka y Shepsle advierten de que cuando en una sociedad entra el virus identitario siempre ocurre lo mismo: la sociedad, donde hasta entonces convivían con cierta armonía las sensibilidades ideológicas tradicionales (para que Rivera nos entienda: azules, rojos y naranjas), se divide a partir de ese momento en dos bloques irreconciliables, ellos y nosotros. Y a partir de ahí esos dos bloques se dividen también, y en cada uno de ellos con el paso del tiempo se van imponiendo las facciones más radicales.
Un consultor español tuvo la ocasión de charlar hace unos días con Shepsle, que a sus 74 años sigue al pie del cañón en Harvard. Casi medio siglo después, la profecía se ha cumplido punto por punto. Shepsle pone como ejemplo Bélgica, un país plural transformado con el paso de las décadas en una sociedad dividida para siempre, y en la que cada pocos años el partido nacionalista de referencia es sustituido por otro aún más xenófobo.
O lo ocurrido en el Ulster. El reverendo Ian Paisley, líder unionista durante décadas, azote del nacionalismo irlandés, conocido también como Doctor No o Mister Never, y que llegó a decir que Juan Pablo II era el Anticristo, con el tiempo ha resultado ser un moderado al lado de los actuales líderes del Partido Unionista Democrático, con los que Theresa May negocia la solución irlandesa del brexit.
Y en ese caldo de cultivo del que ahora alerta Fukuyama ha germinado todo lo que hemos conocido recientemente: el Brexit, Trump, Le Pen, Salvini, Bolsonaro. Junqueras, Puigdemont y Abascal. Hasta los finlandeses, ¡el país mejor educado del mundo!, se han quedado a 6.000 votos de ser gobernados por los ultras.
¿Está pasando lo mismo en Cataluña y España? ¿Y consiguientemente, como reacción en cadena, entre catalanes y entre españoles? Shepsle ni siquiera tiene datos sobre si la división provocada por el trumpismo en Estados Unidos es irreversible. Considera que aún es demasiado pronto para saberlo. División es la frase de moda en la costa este, entre Washington y Boston. Hay estudios que dicen, por primera vez, que el rechazo a que un hijo se case con alguien de ideología contraria es superior al que provoca que lo haga con una pareja que profese otra religión.
¿Tiene vuelta atrás el daño causado por Pujol, Mas, Junqueras, Puigdemont y Torra? ¿La moda de ser indepe en Cataluña y de VOX en el barrio de Salamanca ha sido flor de un día, o ha llegado para quedarse? Para saber si la respuesta es afirmativa hay que intentarlo y hay que llegar a grandes acuerdos entre moderados, intentando devolver a los extremistas a la marginalidad en la que estaban.
Por eso, para evitar que los Rufianes y los Abascales se adueñen de la política española, Pedro Sánchez y Albert Rivera tendrían que ponerse de acuerdo. No lo harán. El primero sabe que puede gobernar en solitario, con la simple abstención de PNV y ERC, y siempre y cuando Pablo Iglesias se conforme con seguir siendo el vicepresidente in péctore en sus sueños. El segundo también sueña, en este caso con ser el nuevo Aznar, líder supremo de todo el abanico que va del centro a la extrema derecha. Y es suficientemente joven como para aguardar su momento.
Pero ambos deberían leer con las gafas de lejos lo ocurrido anoche: los españoles, sobre todo las españolas, han demostrado tener más miedo aún a VOX que al desvarío supremacista indepe. Es decir, España ha votado moderación. La llave para gobernar estaba donde siempre ha estado en nuestro país: en el centro político, en una socialdemocracia tranquila que intente mejorar la vida de la mayor parte de la sociedad.
Sería un error histórico dejar pasar esta oportunidad, una suerte del destino de la que no gozan la mayor parte de democracias como la nuestra. Olvidarse de las esteladas y la cabra de la legión y alcanzar grandes pactos que permitan afrontar los grandes retos olvidados en esta campaña: la sangría demográfica, la incertidumbre sobre el modelo económico (¿a qué nos vamos a dedicar dentro de 20 años, cuando todo lo hagan los robots? ¿quién va a pagar nuestras pensiones?), los desafíos de la educación (¿de verdad los milenials son la generación mejor preparada de la historia?)...
Si no lo hacen, que no lo harán, Rufián y Abascal camparán a sus anchas por el Congreso durante unos años, envilecerán aún más la política de lo que está, y dentro del algún tiempo habrá que darle de nuevo la razón a Fukuyama, a Rabushka y a Kenneth Shepsle. Y a Puigdemont: España (incluida Cataluña) tendrá «un pollo de cojones».