A buenas horas descubrimos que El Dorado estaba en el centro. La tierra prometida no eran la patria y la bandera. Era esa zona gris en la que se trabaja la cosecha estacional, abierta a distintos cultivos y expuesta a la lluvia y al sol. En la campaña, algunas formaciones políticas se vendieron como esos partidos que se visten por los pies, amigos de sus amigos, que van con la verdad por delante y el trasero por detrás. Unos paisanos, vamos. Durante la campaña se machacó aquello de «la derechita cobarde» (qué gran frase para el estribillo de una cumbia). Pero, visto lo visto, el eco que retumbó entre los electores fue el de la derechona montaraz. España no es una plaza de toros. Ni tampoco un país que necesite ser liberado de la dictadura de las mujeres y los homosexuales. No se gana lanzando la reconquista desde Covadonga. Pero tampoco pensando que el universo conocido se reduce al barrio de Salamanca. Seguramente no habrá un lugar en todo el país con más influencers de toda la vida por metro cuadrado, pero en unas generales sus votos son solo una brizna de hierba. A veces los palmeros te echan a perder la canción. Mientras unos se daban golpes en el pecho en los grupos de WhatsApp, otros callaban. Igual ese era el famoso silencio al que se refirió Albert Rivera en uno de los debates. Los hartos de los hartos. Las hartas de los hartos. Muchos militantes populares estaban incómodos con el fervor del renacido y el patriotismo de garrafón. Los que se presentan en las municipales y autonómicas deberán rumiar durante semanas la deriva de Pablo Casado, los arrumacos con Vox. Tuvieron que soportar el giro a la derecha y ahora aguantan el supuesto volantazo. Ninguno de ellos es José María Aznar.