O tal vez sí. Algunos se aferrarán a este hierro candente cuya lava no sirve sin embargo para lavar ni tapar conciencias. Han sido muchos los errores y mucha la soberbia durante años. Al paso de Atila en algunos lugares, con desparpajo y sin sonrojo alguno. Mientras muchos pequeños alcaldes se la jugaban. Lleva desde el 2015 sufriendo un duro castigo el Partido Popular. En la noche de la «gran derrota» lo reconocía un Casado al que siempre vino muy grande el liderazgo y donde paga errores propios, garrafales, pues ha sido pésima su campaña y peor aún quiénes le han asesorado, y eso ocurre cuando se adolece de ideas propias y criterio; pero también errores de otros que sucumben ante el hartazgo, la desideologización y la desubicación total del discurso en los últimos meses. Ahora se acuerdan de los que apelaban a la moderación. Ni siquiera aquel Aznar primero entró en tromba en la polarización y tensión que hizo Casado. El mismo que firmó con Arzalluz y Puyol antes de la farsa e ignominia de las Azores y aquellas mentiras.
¿Por qué, se preguntan muchos? La respuesta fácil y simplona sería que la derecha se ha autofragmentado. Pero no es esta la única ni siquiera la principal causa. Claro que se ha fragmentado, como le ha pasado a la izquierda. Quién daba dos euros por Sánchez e incluso por el PSOE hace un par de años.
Desde el 2011, con una mayoría increíble, hubo algo que no se ha entendido jamás. La torpeza informativa y la absoluta falta de pedagogía en la explicación de lo que se hacía. Y lo que no se hacía. El desencanto, la dureza de la crisis, el pago de la misma, el desempleo, los desahucios y un largo etcétera que culminarían con la nefasta gestión de Cataluña han alimentado mucho desencanto en el otrora fiel suelo rocoso de los populares, que habían llegado a 11 millones de votos.
Todo lo que vino después ya lo sabemos. Quizá aun hoy nadie entiende, primero, que Rajoy no hubiese dimitido y que la alternativa aún hubiera seguido en el Partido Popular y proponer candidato; y segundo, que Casado lanzase su candidatura cuando parecía que estaba previsto otro guion.
Vox es agua de un día. Quizá de un par de años, pero no tendrá recorrido. No lo tiene porque no hay discurso, pero sí ruido. ¿Cuántas propuestas programáticas concretas conoce usted? Pero recomponer la derecha es harina de otro costal. Ahora mismo, con la campaña errática y garrafal, se ha suicidado. Aunque ellos mismos saben que no pueden mover nada y menos a un mes de unas elecciones donde se dejarán la piel para mitigar el derrumbe del 28 de abril. Resistir y ganar algunas alcaldías o comunidades en pactos con la derecha es el gran objetivo.
La cuestión es, ¿debería dimitir un presidente de una formación no que pierde sino que lleva a su partido al peor desastre electoral de su historia desde la refundación en 1989? ¿Debería confiarse la travesía durante cuatro años a quién no ha sido capaz de enfocar la campaña, ni los problemas, y que solo ha tensionado y emitido mensajes tan equívocos como simplones y plagados de insultos, tratando primero de achicar el agua con la extrema derecha y luego, en el último segundo, invitándoles a un consejo de ministros que siempre se le ha quedado grande?
Algunos culparán a Rajoy. Pero hace mucho que el PP tiene problemas. Salieron a jugar al recreo con Vox y Ciudadanos y les han robado el bocadillo. Así de simple. Ahora es tiempo de conspiradores y tertulianos que traen y llevan a candidatos a Madrid. Pero lo coherente sería detenerse y reflexionar donde están, qué quieren ser y dónde quieren ir. La derrota es muy amarga. Demasiado para llevarse en soledad. Pero así será.