Como seguramente saben ustedes, ayer se celebró el 2 de Mayo, que es la fiesta de la Comunidad de Madrid. ¿Y a mí en qué me afecta?, se preguntará Maruja, la panadera de Mosteiro y mi lectora más habitual. Pues en casi nada, Maruja, porque Madrid es la capital del Reino y Mosteiro-Pol es nuestra república. Además, de lo que se habla hoy en esa república nuestra es del fuego dudosamente amigo entre el alcalde de Becerreá y el de Pol, que además se apellida Ónega de segundo, lo cual me exime de cualquier comentario. Solo este con afán exculpatorio: se nota la tensión electoral. A falta de Vox en las tareas de incordio, la gresca de mi tierra se monta donde siempre, entre populares y socialistas.
La fiesta autonómica de Madrid ha sido mucho menos agresiva en las palabras, pero extraordinariamente ilustrativa en las imágenes. Por eso te la cuento, Maruja. En esas imágenes se contiene la actualidad política, tanto o más que en la escena de la Diputación de Lugo. Resaltó, en primer lugar, la asistencia de los presidentes que fueron. Entre los que no habían sido invitados por problemas de corrupción, los que no se dejan ver por vergüenza y los que pasan de mezclarse con esa gente, solo acudieron Esperanza Aguirre y Ángel Garrido, como si ellos fuesen la historia de la autonomía. Lo que representan es la realidad electoral: ella, Esperanza, sigue fiel al PP; él, Garrido, se ha pasado a Ciudadanos.
Alguien tuvo la ocurrencia de sentar juntos a Íñigo Errejón y a Rocío Monasterio, candidata de Vox a la presidencia de la Comunidad. Y no es que no hayan cruzado una palabra. Es que ni se miraron. Errejón ya se parece a Pedro Sánchez, que no quiere saber nada de Vox ni invita a Abascal a una charleta en Moncloa. Este cronista nunca había visto tal distancia y frialdad entre rivales políticos. No es que no quieran hablarse; es que Errejón no quiere una foto donde se vea que habla con alguien de Vox.
Frente a esa estampa de enemistad, Ángel Gabilondo, candidato del PSOE, prodigaba testimonios de acuerdo, moderación y entendimiento del adversario. No habla como hombre de partido, aunque lance pullas a la derecha. Propongo al PP que lo contrate para unas clases de centrismo.
Y Pablo Casado. Llegó, pasó delante de Ángel Garrido y ni un «buenos días», porque Roma no paga a traidores. Y después, en los famosos corrillos, calificó a Vox como «derecha radical». Pero el grupo de Vox en Andalucía había avisado: o el presidente del PPC rectifica sus agravios a este partido, o se rompe el pacto de Andalucía. Justo lo que faltaba para quitarle a Casado la gloria de haber echado al PSOE del gobierno andaluz. Una mañana muy ilustrativa: exactamente así está la política de este país.