Tocata y fuga de las Mareas

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

20 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

De todas las fugas y tocatas la única que en realidad me estremece es, en re menor, la pieza de Johann Sebastian Bach. El mundo se divide entre los que necesitamos a Bach y el resto. Consumirme en su genio es uno de los placeres de mi vida, cada vez más ajena a los ruidos y más atenta a las músicas. En campaña electoral las músicas son de helicóptero, como los de Apocalypse Now pero sin una cabalgata de las valquirias: porque Wagner solo hay uno y a la campaña le va mejor la cosa populachera, o sea, dame veneno que quiero morir, dame veneno, Jorge Javier o Bertín, tanto monta monta tanto, y las soflamas de los telediarios de Madrid para que el presidente en funciones siga siendo lo que es: Christopher Reeve sin capa, Superman. Pero hoy no va de música ni de cine, aunque pueda parecer. Y ganas no me faltan, porque pensando en Bach me fui a 20.000 leguas de viaje submarino, de Richard Fleischer, con el capitán Nemo tocando la tocata de Bach bajo el agua. Después recordé El crepúsculo de los dioses, del genio Billy Wilder, y a Pablo Casado con crepúsculo y sin llegar a ser ningún dios. Mis pensamientos inspiradores remataron con otra tocata y fuga, pero no de Bach, sino de una hija que se fue de casa: una película de 1974 de Antonio Drove. Tocata y fuga de Lolita pasará a la historia por la bella Amparo. Amparo Muñoz, actriz principal y dama sin camelias de aquel bodrio setentero. Hasta aquí la introducción. Ahora, el grueso político, que de tal ciencia escribo en estas páginas.

Las encuestas no pintan bien -ya casi ni pintan- para las Mareas, que en el año 2015 conquistaron corazones a golpes de guitarra, ilusión, y esperanzas, como Los Pecos. Venían a cambiar las ciudades, después el país y la Xunta, y, por supuesto, a regenerar la vida política con bondad, transparencia, apertura, libertad, igualdad, fraternidad, legalidad y no sé qué otras mayores virtudes, ninguna teologal, porque la Iglesia es a cualquier marea un punzón en el pecho del conde vampiro de los Cárpatos. Nada regeneraron, al revés. Y todo lo que mudaron, dicen la mayoría de los vecinos de Ferrol y Santiago y A Coruña, fue para peor. Nunca he visto una crónica más anunciada de la autodestrucción. Entre ellos mismos emplearon armas sucias, políticas e incluso humanas. Se dispararon en contubernios (antes asambleas), vejaron, eliminaron. Conspiraron unos tras los otros. Se dañaron por conseguir o conservar algo que siempre aseguraron combatir: el poder. Hasta a mí, que desde el primer momento escribí en dónde acabaría todo este «espazo instrumental», me duele. Y me duele porque con ellos he visto lo peor de la clase política: la que intenta callar al contrario, la sectaria e intolerante. Tocaron el cielo y ahora se van. En medio, cuatro años perdidos. Ya ningún Atlántico, libre y bravo, espera por ellas. Las Mareas, tocata y fuga, se van.