Ortega como Job, santo varón

Sofía Vázquez
Sofía Vázquez ESTADO BETA

OPINIÓN

24 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Para evitar sobresaltos, vaya por delante que estas líneas no intentan subir a Amancio Ortega a los altares, pero lo cierto es que el hombre tiene más paciencia que el santo Job, un personaje bíblico que tiene una historia recomendable por increíble. Desde Podemos le recriminan a Ortega su donación a la sanidad pública por un porrón de millones con los que se compraron equipos que permiten reducir los tratamientos de cáncer de manera drástica (algún amigo mío ya lo comprobó): el de mama de 6 a 3 semanas, el de próstata de 8 a 4 semanas y las sesiones de ciertos tumores cerebrales pasan de ser de 2 a 3 horas a 20 minutos.

Interiorizando estas cifras y teniendo en cuenta que los hospitales de la red pública sufrieron las consecuencias de unos equipos obsoletos -la crisis pasó por ellos y aguantaron hasta que el empresario de Arteixo desenfundó la chequera-, deja de tener sentido la acusación realizada a grito pelado de Pablo Iglesias y sus colegas de partido.

Por despejar dudas: Ortega paga sus impuestos como marca la ley, no tiene sicav (aunque la Administración las permite), cada último viernes de mes paga la nómina de más de 175.000 empleados y no ha dado nunca en público la más mínima nota discordante. A sus ochenta y tantos, sigue yendo a trabajar todos los días, está preocupado por las obras de ampliación de Arteixo y hace vida normal en una ciudad normal. Además -y ya lo escribí en alguna ocasión- él, como usted y como yo, tiene el derecho a gastarse su dinero en lo que le dé la gana. ¡Faltaría más!

El hombre no se inquieta particularmente por las opiniones que sobre él se están vertiendo en esta época electoral. Es más, considera que todas son respetables. Sobre ellas no dice nada. No es su estilo y su posición respecto al trabajo realizado y al que está por venir no ha variado.

Hay personas expertas en robar energía; hay otras, que dan serenidad. Estar en uno u otro bando no es una cuestión de edad, sino de saber estar en este mundo. Y pasar por él con la cabeza bien alta.