Los tres errores que explican el batacazo de las mareas

Tomás García Morán
Tomás García Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

Xulio Ferreiro, Jorge Suárez y Martiño Noriega en una imagen de archivo
Xulio Ferreiro, Jorge Suárez y Martiño Noriega en una imagen de archivo ANGEL MANSO

A Coruña, Santiago y Ferrol se parecen más a España de lo que les gustaría a Ferreiro, Noriega y Suárez

27 may 2019 . Actualizado a las 02:33 h.

Las mareas que gobernaron las tres primeras ciudades de la provincia de A Coruña los últimos cuatro años cometieron tres errores:

1) No entendieron que no habían ganado ellos. Tuvieron la suerte de coger en el momento clave la franquicia del negocio que estaba en la cresta de la ola, pero utilizaron el cartel de Pablo Iglesias como un catalizador, en el sentido químico puro. El catalizador es el elemento que hace posible una reacción, pero no se mezcla con el resto. Al retirarlo de la probeta, se ha demostrado que A Coruña, Santiago y Ferrol se parecen más a España de lo que les gustaría a  Ferreiro,  Noriega y  Suárez.

2) Efectivamente, «a xente do común» estaba hasta el gorro de ser el eslabón más débil de la crisis y sentía náuseas con el nivel de putrefacción al que había llegado la política española: tarjetas black, cuentas en Suiza, papeles de Bárcenas... El error de cálculo de las mareas fue no comprender que esa «xente do común» indignada hace cuatro años era la mayoría de la población, cada uno de su padre y de su madre, unos de misa y vermú, otros de vermú sin misa… Y todos, salvo cuatro iluminados, orgullosos y agradecidos a las grandes empresas que luchan para evitar que esta esquina del planeta se convierta en un erial. Gobernar para una parroquia minoritaria ha sido el otro gran fallo de las mareas.

3) Pero sobre todo, la de las mareas ha sido una muerte por inanición. La política «do común» por excelencia es la municipal. Aquí las entelequias de Pablo e Irene no servían para nada, no había cielos que asaltar, era todo mucho más fácil. Se trataba de barrer las calles, recoger la basura, modernizar un poco las ciudades, que falta les hace. En definitiva, mejorar la vida de la gente, un privilegio cada vez más exclusivo de los políticos locales. Pero se ha demostrado que era más fácil predicar que dar trigo.