En las elecciones de eurodiputados del pasado domingo los partidos verdes lograron buenos resultados en distintos países europeos, convirtiéndose en el cuarto grupo en la Eurocámara durante la próxima legislatura 2019-2024, gracias a ocupar 69 de sus 751 asientos. Significativamente, los ecologistas quedaron segundos, por delante de los socialdemócratas, en Alemania, y terceros en Francia, con mejores cifras que el centro-derecha gaullista y por supuesto lo que queda del socialismo francés. Esta clave es una de las muchas que pueden tocarse en la interpretación de lo ocurrido el 26M en las elecciones europeas. La destaco debido a la siguiente situación. El domingo por la mañana no pude menos que regañar cariñosamente a unos colegas periodistas por titular «Europa se tiñe de inestabilidad» una de las piezas más leídas esa jornada en España e ilustrarla con una brillante fotografía de un grupo de jóvenes ciudadanas ante una de las sedes de la Eurocámara, reivindicando amigablemente mayor atención al cambio climático y otros temas relativos al desarrollo sostenible, una preocupación compartida por muchos jóvenes europeos.
Además, yo ya tenía la intuición clara de que la noche electoral traería sorpresas más acordes con la fotografía que con el titular de la mañana. Y así fue. Para empezar, hemos votado muchos más ciudadanos europeos que en el 2014, o que en cualquier otra elección de europarlamentarios posterior a 1994. El mejor titular es que al Parlamento europeo ha llegado la gente o al menos la oposición. Esta última es una fantástica novedad, porque la falta de proyectos políticos distintos al de la mayoría en las instituciones de la UE era su principal debilidad en términos democráticos. De repente, han tomado cuerpo dos alternativas claras: la alianza de naciones liderada por el italiano Salvini, defensora de una mayor autonomía de los Estados, y la que, desde posiciones más europeístas, marginando al Partido Popular para algunos asuntos, podrían conformar socialdemócratas, liberales y verdes, incluyendo a moderados de izquierda, como ha sugerido el candidato del Partido Socialista a presidir la Comisión, Timmermans, durante esta campaña.
Otro cambio sustancial es que, británicos aparte, los grandes euroescépticos, como el Reagrupamiento Nacional de Le Pen, se han convertido al pragmatismo. Ya no aspiran a retirar su país de la UE o del euro, sino a procurar que las instituciones y las políticas de la Unión coadyuven a proteger a sus ciudadanos en un escenario internacional cambiante y demasiado complejo para jugar al solitario. Una Europa que protege es el nuevo lema de la Unión, el de Le Pen, el de Macron y el que se escucha en los pasillos no solo del Parlamento, sino también de la Comisión Europea.