Cuando Juan Carlos I abdicó en Felipe VI, dejó de ser monarca. Monarca es un rey que además es jefe de Estado. Por lo tanto, hoy el único monarca que hay en España es Felipe VI. Por cierto, Letizia es la esposa del rey, no la monarca. Juan Carlos I, por tanto, siguió siendo Su Majestad, pero ya no monarca. Ni siquiera exmonarca, porque se buscó una solución para ello. Sin embargo, desde entonces se le ha puesto el apellido de «emérito», probablemente por mimetizar lo que el Pontificio Consejo de Textos Legislativos del Vaticano así decidió para que no hubiese dos papas al mismo tiempo. Pero tampoco «emérito» era lo adecuado para referirse al rey Juan Carlos.
El Real Decreto 470/2014, que modifica el Real Decreto 1368/1987 sobre «régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y de los Regentes», nos explica que con motivo de la abdicación de don Juan Carlos «continuará vitaliciamente en el uso con carácter honorífico del título de Rey, con tratamiento de Majestad y honores análogos a los establecidos para el Heredero de la Corona». El propio Real Decreto nos dice que el rey Juan Carlos (y la reina Sofía) pasan a ser «honoríficos».
Esa puerta que la Fundéu (Fundación del Español Urgente) abrió dando lugar a que los periodistas le llamásemos «emérito» era por analogía a lo que la RAE dice sobre esta acepción: «Dicho de una persona, especialmente de un profesor: que se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones».
Desde mañana Juan Carlos I ya no tendrá «alguna de sus funciones», por lo cual tampoco puede ser emérito. Mejor lo que nos dijo el Real Decreto: honorífico, o mejor honorario, ya que honorífico es el que confiere los honores, y honorario el que los recibe.
Por lo tanto, acostumbrémonos a que a partir de ahora el rey Juan Carlos es el rey honorario. Con minúsculas rey y honorario, por cierto.