Ya hace tiempo que sabemos que niños cada vez más pequeños acceden a contenidos pornográficos a través de Internet. Más allá de la alarma social que esta cuestión pueda llegar a generar, conviene acertar en nuestro análisis, para después proponer soluciones.
La sexualidad es un elemento esencial en la construcción de la identidad de cualquier persona y es por ello que debemos otorgarle el protagonismo que le corresponde. Nuestras y nuestros jóvenes necesitan saber del mundo de las relaciones, los afectos, el respeto por el otro y por la diversidad, de la normalidad de los miedos, de la bondad de las dudas y de la maravilla del placer compartido.
En este tema poco nos aporta la nostalgia del pasado. Hemos de reconocer que a la educación sexual nunca le hemos querido prestar demasiada atención ni en la escuela, ni en las casas, y que a través del silencio hemos educado en lo prohibido y lo secreto. Demasiadas veces los adultos han abordado este tema más por fuerza que por ganas. Se les hablaba a los jóvenes algo sobre fisiología, algo sobre riesgos, y el tema de la sexualidad quedaba zanjado. El resto ya lo irían descubriendo ellas y ellos, poco a poco, más mal que bien. Eso es lo que hacían antes y eso es lo que ahora hacen, descubrir, buscar aquello que despierta su curiosidad.
Internet nos pone ante una nueva realidad, una auténtica revolución de lo humano que también afecta a la sexualidad. Lo primero que tenemos que entender es que las estrategias de control para que las niñas y los niños accedan a determinados contenidos y conocimientos han perdido su eficacia. Internet no está en un móvil. Internet está en cada uno de los dispositivos que acceden a él, infinidad de ventanas a ese mundo que tanto nos fascina y nos asusta. Ahí está la información, la buena y la mala, la que nos gusta y la que no. Y desengañémonos, cada vez habrá más ventanas, por lo que la accesibilidad y el uso va a ser mayor. Si dejamos a nuestros hijos e hijas solos frente a ese océano informático, pueden llegar a naufragar. Necesitan de nuestra presencia como adultos. La Red puede ser un lugar frío, donde lo emocional no encuentre cobijo. La pornografía, que es un género de ficción, puede ser confundida con un estándar relacional si no se ofrecen alternativas.
Lo bueno es que la educación sexual, que siempre ha sido importante, ahora se ha convertido en ineludible. Lo malo es que todavía hay quién cree que educar en sexualidad y en igualdad en la escuela es adoctrinamiento ideológico. El dilema es bien simple: en el ámbito de la sexualidad, a nuestras hijas e hijos o los educamos los adultos de una forma activa y desde las primeras etapas de la vida, o van a aprender ellos solos, cada vez más temprano, a riesgo de quedar sometidos a la doctrina de la sexualidad banalizada como negocio y estrategia de poder. Lo tenemos delante y eludir la cuestión solo puede empeorar las cosas. Deberíamos exigir a las instituciones públicas que se hagan cargo de esta cuestión central para nuestro futuro como sociedad. La educación sexual es, más que nunca, una cuestión de salud pública.