
Los anunciados contrastes fueron la tónica de la última jornada de O Son do Camiño, en la que el buen tiempo invitó a gozar de ritmos y estilos de lo más variopinto. A las siete de la tarde pudimos disfrutar de uno de los conciertos más divertidos de lo que hasta el momento habíamos visto en el festival. Bajo un sol de justicia aparecieron los componentes de The Hives, engalanados con chaquetas blancas y pajaritas negras. The Hives pertenecen a una estirpe en peligro de extinción: son ese tipo de grupos que anteponen la diversión, el macarreo y la música a cualquier tipo de artificio, sin renunciar a la clase. Si al frente de este grupo colocamos a un sujeto tan caradura como Pelle Almqvist, el resultado solo puede ser el vivido en el Monte do Gozo: empatía total con el auditorio y complicidad absoluta derivada de un carisma del que ya únicamente podemos intuir los últimos envites. De esa manera, Almqvist se ganó a todo el mundo con su delirante uso del castellano, convidando a sus «amigos galicianos» a cantar, gritar, sentarse en las gradas e incluso convocar a los difuntos. El líder de la banda cometió la osadía de colocar Hate to Say I Told You So a la altura de los clásicos de Steppenwolf, Deep Purple, Led Zeppelin o AC/DC, saliendo airoso de la gesta.
Y es que, en aplastante contrapunto, el canon indie contempló su perpetuación en manos de Full y Vetusta Morla, poco antes de que Bad Gyal hiciera versos acerca de sus posaderas a ritmo de reguetón.
Esto es lo que nos queda ahora que el rock ya no es lo que era, aunque tenga que venir un señor de 72 años a recordarnos que dos guitarras, un bajo y una batería pusieron al mundo patas arriba hace tanto tiempo. Súmesele a la ecuación una sección de metal compuesta por un trombón y una trompeta, y ya tenemos el caldo hecho. Los pellejos de Iggy Pop revolviéndose por el escenario dieron sabor a canciones míticas como TV Eye, I Wanna Be Your Dog, Search and Destroy o Jean Genie de su amigo David Bowie, en una actuación perfecta en la que solo se echó de menos un 1969.
El plato estaba servido y caliente cuando todavía peregrinaban cientos de jóvenes hacia el Gozo para bailar a los sones de David Guetta, cierre antológico para tres días de purpurina y brilli brilli.