Oídas aisladamente, frases como «Un vaso es un vaso y un plato es un plato» o «Después del año 14 viene el 15» son perogrulladas, aunque en su contexto tenían su razón de ser. Ambas formaban parte de aquellas explicaciones que cierto presidente del Gobierno solía encabezar con un «Mire usted...». Las auténticas perogrulladas o «verdades de Perogrullo», las obviedades que se perciben como necedades, siguen siendo el pan nuestro de cada día.
El nombre del personaje se ve unas veces escrito en una palabra y otras en dos. En 1554 aparece un tal Perogrullo, pastor, en Farsa en loor del nascimiento de Jesu Christo, de Fernando Díaz. Es la misma grafía que en 1615 usa Cervantes en el Quijote cuando pone en boca de Sancho un «no dijera más el profeta Perogrullo». Cinco años antes, Quevedo escribía sobre Pero Grullo, en dos palabras.
Lo más probable es que el personaje sea ficticio. No obstante, muchos autores han intentado situarlo entre nosotros. Así, José Godoy Alcántara, autor del Ensayo histórico etimológico filológico sobre los apellidos castellanos (1871), sostiene que existió un Petro Grullo, coetáneo de Pedro Mentiras, que aparece como testigo en dos escrituras, de 1213 y 1227, en Aguilar de Campoo. Francisco López de Úbeda le da vida en su novela La pícara Justina (1605) y dice que fue asturiano. A lo que José María Sbarbi (Florilegio o ramillete alfabético de refranes y modismos, 1873) añade que «que corre una profecía suya por Asturias, relativa a que ha de bajar por el río una avenida de oro y toneles de vino de Rivadabia: con cuyo motivo andan siempre descalzos los paisanos de Pero Grullo, a fin de hallarse mejor dispuestos y prevenidos para el día de la pesca».
Ramón Joaquín Domínguez hizo el retrato definitivo de Perogrullo en su Diccionario nacional o Gran diccionario clásico de la lengua española (1847-1889): «Personaje o ente quimérico, extravagante, ridículo, que se supone haber existido y dejado una preciosa colección de sandeces, apotegmas, axiomas y verdades como estas: cuatro huevos son dos pares; la mano cerrada se puede llamar puño y aun de hecho se llama así; [...] al que le quitan la vida, de seguro le matan; el que gasta el último cuarto de su última peseta, regularmente se queda sin ella; casi se puede afirmar, sin temor de ser desmentido, que no ven objeto alguno los ciegos de nacimiento. Lindezas de este jaez, que son simplezas de a folio, pifias de marca mayor, pertenecen al género, al gusto y al estilo del incomparable Perogrullo».