En la época de nuestras abuelas la mujeres se casaban con 20-25 años y acto seguido tenían su primer embarazo, y todos los que viniesen. Pero todo eso ha cambiado.
Desde la introducción de la píldora en los años 60 las mujeres hemos podido decidir el momento de buscar el embarazo y el número de embarazos deseados. Las mejoras en la medicina y la alimentación han logrado que llegásemos a aumentar nuestra esperanza de vida en 15 años en tan solo 50 años. También ha sido una revolución la incorporación de la mujer al mundo laboral con trabajos cada vez más especializados, con mayor responsabilidad y mayor posibilidad de proyección.
Todos estos factores han supuesto muchos cambios en la forma de vivir, pensar y plantearse la vida de las mujeres del siglo XXI y como no, todo ello tiene repercusión sobre la maternidad.
Lo que quizás no hemos tenido en cuenta es que la biología tiene su ritmo. Seguimos naciendo con el mismo número de folículos primordiales y seguimos alcanzando la menopausia en torno a los 50 años. El período de máxima fertilidad sigue siendo a los 20 años y esta decae a partir de los 30, y más intensamente tras cumplir los 35 años.
Cuando pensamos en buscar un embarazo ya cumplidos los 40, una vez hemos conseguido cierta estabilidad laboral y hemos alcanzado muchos de los retos que nos habíamos planteado, nos damos cuenta de que este en muchos casos no llega y después de un largo peregrinaje algunas mujeres lo logran con la ayuda de técnicas de reproducción asistida, si pueden con sus óvulos y si no con los de donante.
Otras veces las ilusiones se quedan por el camino: las tasas de aborto son superiores, los gametos masculinos y femeninos van disminuyendo en cantidad y calidad, y ello repercute en aumento de alteraciones cromosómicas.
Si lo hemos conseguido vamos a la siguiente etapa, diabetes, hipertensión y retraso de crecimiento son más frecuentes que entre la población de menor edad.
Se requieren controles más estrictos y con frecuencia finalizar el embarazo antes de tiempo. Son decisiones difíciles que ponen en la balanza los beneficios y riesgos que un embarazo a partir de los 40 tiene tanto para la mamá como para el bebé. Y finalmente llega el parto, con frecuencia requiere inducciones. Son más largos, se registran mayores tasas de cesáreas y se registran más complicaciones.
Viendo todos estas situaciones, quizás sea el momento de pararnos a reflexionar como sociedad. En esta vorágine a veces es difícil tener claro que es mejor, especialmente cuando nos bombardean constantemente con miles de fórmulas publicitarias vendiéndonos que todo es posible.