Elon Musk y el pespunte cerebral

Javier Cudeiro Mazaira FIRMA INVITADA

OPINIÓN

Mikel Blake | Reuters

21 jul 2019 . Actualizado a las 17:37 h.

La neurociencia siempre ha buscado herramientas para ver en detalle las células que forman nuestro cerebro y observarlas en funcionamiento. Una vez conocidas la estructura y la función de las partes que componen «la máquina de pensar», se pueden abordar las acciones necesarias para curar las enfermedades. Ese ha sido siempre el plan, desde don Santiago Ramón y Cajal hasta hoy. Los sistemas de microscopía celular y las posibilidades de estudiar el lenguaje eléctrico con el que se comunican las neuronas han avanzado de forma tal que sin duda el bueno de don Santiago sentiría mariposas en el estómago. Podemos estimular el cerebro desde el exterior o implantar finos electrodos en el tejido nervioso para activar aquellas partes que por su deficiente función generan una patología, y en ocasiones hemos sido muy exitosos, piensen, por ejemplo, en la depresión o el Parkinson. También podemos registrar la actividad de distintas áreas del cerebro y para entender cómo se genera la actividad que nos permite ver un objeto o cómo se generan las órdenes para realizar un movimiento. ¡Fantástico! Porque conociendo esa actividad podemos hacer que animales de laboratorio primero y enfermos después (por ejemplo tetrapléjicos), puedan mover un brazo robótico al que se le transmiten esas órdenes mediante una conexión cerebro-ordenador.

Elon Musk, el hombre a quien siempre se ha considerado un visionario, ha desvelado en qué consiste una de sus últimas creaciones, el proyecto secreto Neuralink. Se trata de un sistema robotizado, una sofisticada «máquina de coser» para implantar con gran precisión en el cerebro docenas de micro filamentos cada uno de los cuales posee múltiples puntos de registro (¡más de 3.000!) para recoger la actividad neuronal y «ver» cómo funcionan muchas neuronas simultáneamente.

Esta actividad debidamente procesada permitirá unirnos a un ordenador y mediante las técnicas de inteligencia artificial (IA), controlar dispositivos externos. O sea, esencialmente hacer lo que ya se ha hecho, pero a una escala a lo bestia. Musk, parece ser, tiene miedo de que los humanos nos quedemos atrás con respecto a las máquinas movidas por fantásticos algoritmos de inteligencia artificial. Sufre, en realidad, de miedo a su miedo, lo que indudablemente genera una ansiedad que le obliga a presentar sus resultados, potencialmente extraordinarios, como soluciones para la humanidad. Ha publicado los datos preliminares en un llamado «artículo blanco», es decir, una publicación editada por él mismo sin que haya pasado por un filtro externo de científicos independientes. El resultado es decepcionante, y no porque lo que muestra no sea un salto técnico importante, que lo parece, sino porque los experimentos (en ratas) y métodos tal y como se describen, carecen de rigor científico suficiente y abren más interrogantes que soluciones prácticas. Aquí Musk no es un visionario, no ha visto más allá de lo que excelentes neurocientíficos le han enseñado. Eso sí, demuestra algo importante, con inversiones millonarias y reclutando a gente competente se pueden producir avances técnicos de aúpa.

Y desde luego, esa idea de que en el 2020 se realizarán pruebas con humanos… ¡naranjas de la china! La ciencia, ni con millones admite atajos.

MÁS INFORMACIÓN