Pro «brexit» duro y elecciones en otoño

OPINIÓN

Boris Johnson, a su llegada al 10 de Downing Street
Boris Johnson, a su llegada al 10 de Downing Street HANNAH MCKAY

29 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre los años XV y XX se produjeron en Europa más de 700 guerras -muchas de ellas de enorme envergadura-, sin que ninguna acertase a mover la conciencia de los ciudadanos, intelectuales, políticos y moralistas en favor de la unidad, la justicia y la paz. Hubo, es verdad, algunos esfuerzos aislados -Vitoria, Pufendorf, Kant y gente así-, pero la cultura y la política europeas siempre estuvieron enamoradas del imperialismo y de la guerra. El cambio se produjo con las dos grandes guerras del siglo XX, de cuya tragedia y rescoldos nacieron la ONU, la UE, los movimientos pacifistas e integradores y el mayor período de paz y libertad que vivió el continente desde el vaso campaniforme.

La filosofía, decían los griegos, nace del asombro que producen algunos hechos y circunstancias. Pero se ve que, frente a las tragedias perfectamente asimiladas del hambre, la emigración, los genocidios y las enfermedades, solo los apocalipsis que se mueven entre los cincuenta y los cien millones de muertos consiguen hacernos reflexionar sobre la gestión de la justicia, el orden y la paz.

Por eso habrá entendido muy bien el título de este artículo si tuvo la sensación de que iba a escribir a favor de un brexit sin acuerdo, de repetir una o cinco elecciones en España, y de dejar que un nuevo desorden financiero venga a depurar los infantiles y peligrosos discursos que hemos heredado de la gran crisis 2008-2015. Sin hacer comparaciones imposibles con las grandes guerras, creo que estos tres acontecimientos -brexit, inestabilidad política y crisis económica- generarían una enorme quiebra de nuestros sistemas de bienestar, pondrían en riesgo nuestro modelo de vida y nuestras libertades, y facilitarían el regreso de los que siempre vienen a salvarnos con jarabe de muertos y picatostes de frontera.

Por eso me atrevo a coquetear con el cálculo de las tragedias que deberíamos soportar a cambio de aprender -sin necesidad de más apocalipsis- las lecciones de la historia. De lo que ha sucedido hasta ahora -aquí podríamos incluir a Trump, Salvini, los ayatolás, el estado islámico, los estados fallidos, los neoimperialistas y otros parecidos socorristas- creo que no hemos aprendido nada. O que incluso hemos aumentado el nivel de confusión y obcecada indignación con el que venimos actuando. Pero, siguiendo la jaculatoria que había compuesto un viejo vecino de Forcarei -«que Deus non alumee, e que non sexa cun raio»-, quizá tengamos que apurar al máximo los grados soportables y gestionables de conflicto, para ver si empezamos a reflexionar en conciencia sobre los cambios y remedios que se hacen necesarios para detener la deriva de degradación política que nos afecta, antes de que un enorme y subversivo conflicto -de esos que parece que nunca van a estallar- nos enseñe, a cambio de una desmesurada factura, la preciada ciencia del bien y el mal.

Hacer lo que propongo es un grave riesgo que, si espabilamos, aún podemos ahorrar. Pero dejarse ir, poquito a poco, y en silencio es un suicidio.