Hay políticos independientes que añaden valores a los partidos y a la democracia. Es el caso, por ejemplo, de Manuel Valls, que impidió con su generosidad un gobierno independentista en el Ayuntamiento de Barcelona a cambio de nada. O de Ángel Gabilondo, que eleva el discurso político a otra dimensión. En cambio, la irrupción de Marcos de Quinto, el millonario ex alto directivo de Coca-Cola, solo ha aportado malas formas, pésima educación, arrogancia, chulería e insultos. La última actuación del fichaje estrella de Rivera ha sido llamar «bien comidos pasajeros» a los exhaustos migrantes del Open Arms. Hace unos días defendió la ley del Talión al pedir que uno de los secuestradores de Ortega Lara pasara «532 días en un zulo sin garantías».
También dirigió otro de sus habitualmente incendiarios tuits a los manifestantes que piden una subida de las pensiones: «Gente que nunca pagó la pensión exigiendo ahora que se la paguen a ellos». Porque, para De Quinto, Twitter es un arma de barbaridades masiva que no duda en utilizar a discreción. Gentuza, basura, pedazo de cretino, trol de mierda, imbécil, mantenido, son algunos de los insultos que ha propinado a quienes le han afeado su despiadado comentario en las redes. Los españoles no pagamos el sueldo a este parlamentario para que se dedique a enfrascarse en casposas refriegas tuiteras propias de un Trump de pacotilla. Ante esta actitud deplorable, que pervierte la convivencia democrática, Rivera, que hace poco le nombró portavoz de economía de Ciudadanos, guarda silencio, en lugar de llamarlo al orden. Sobran quienes llegan a la política para ensuciarla. ¡Váyase, señor De Quinto!