Vaya por delante mi absoluta intolerancia contra los acosadores sexuales. Aquellos hombres que han intentado, o intentan, acosar a una mujer prevaliendose de su posición social deben sufrir las consecuencias en forma de rigurosa aplicación de nuestro ordenamiento jurídico. Pero eso es una cosa y otra muy distinta el caso de las denuncias anónimas, que jurídicamente acaban en nada pero que en la mayoría de los casos consiguen el objetivo de llevarse por delante a la persona denunciada. Plácido Domingo ha pasado del cielo a los infiernos sin prueba alguna que avale lo denunciado. Las redes sociales lo han condenado y contra esa más que dudosa sentencia no cabe recurso alguno. Nuestro internacional artista ha quedado estigmatizado de por vida. Caso de que se demuestre que todo ha sido una campaña de acoso y derribo contra su persona, siempre quedará lo de ‘cuando el río suena, agua lleva’. Habrá incondicionales que lo defiendan, pero los menos. La mayoría se negará en rotundo a acudir a sus representaciones porque socialmente está mal visto. La presunción de inocencia, sagrada en cualquier estado de Derecho, ha muerto.