El derecho a la mediocridad no debe ser una exclusiva masculina. Aludir a las «pajines» y «aídos» del mundo como argumento para no incluir a más mujeres en un Gobierno obviando a los «cañetes» y a los «gallardones» que adornaron anteriores Ejecutivos es curioso (como mínimo). Puestos a elegir políticos a evitar, líneas rojas humanas, gobernantes que invitan a practicar el campo a través, sobran ejemplos en la constelación internacional. Ahí está Jair Bolsonaro. Un señor que desde su supuesta atalaya moral practica el machismo, la homofobia y el racismo. Tiene la fe del converso. Y los conversos, como cogen carrerilla desde el otro extremo, suelen pasarse de frenada. En su apretada agenda ha encontrado tiempo para un tema capital que, sin duda, marcará el destino de las futuras generaciones de brasileños: jalear una comparación de mal gusto entre su mujer y Brigitte Macron. Mientras, Donald Trump sigue aportando soluciones fáciles a cualquier tipo de problema. Si el mundo es tan complicado no será por su culpa. Ahora niega que planteara la idea de lanzar bombas sobre los huracanes para detenerlos antes de llegar a las costas, aunque medios americanos aseguran que lo planteó en una reunión para pasmo de los presentes. Porque es sabido por todos que Bolsonaro y Trump no se equivocan nunca. Y al otro lado del río están Nicolás Maduro y López Obrador, entre apariciones y apropiaciones culturales varias, tratando también temas cruciales para los suyos. Así está el patio, llenito de vecinos que venden bien sus motos pero a los que muchos nunca comprarían un coche de segunda mano. De momento, en el ránking de líderes, los cuñados golean a las cuñadas.