Empezó el nuevo curso y este cronista no tiene más remedio que saludarlo así: ¡qué cantidad de problemas para tan poco gobierno! Las dificultades (enfriamiento económico, sentencia del desafío secesionista del 1-O, financiación autonómica) se acumulan con apremio y cumplimos 400 días con gobiernos en funciones y sin grandes perspectivas de tener un gobierno con plenos poderes. Estamos como hace un mes, antes de las vacaciones, con los mismos discursos, las mismas propuestas y las mismas incertidumbres. El agosto de asueto ha servido para captar la irritación social por el bloqueo, pero su causantes no avanzaron un milímetro en la busca de soluciones. Solo avanzó el calendario y ahora estamos a veinte días para que se produzca una solución. Leído el presidente del Gobierno en su última entrevista, las salidas ya se reducen a dos: o aceptación por parte de Pablo Iglesias de las trescientas medidas que hoy se presentarán con todo boato, o repetición de elecciones… quizá para seguir con el mismo o peor escenario después de celebradas.
Agosto ha servido para que el amo de la llave se reafirme en su repudio a Unidas Podemos dentro de su gobierno, y ahora todo vuelve al lugar estratégico donde estuvo siempre: se trata de encontrar un culpable o varios culpables de que las urnas sean inevitables y de que el Partido Socialista aparezca como el salvador de la situación. Todo conduce, como hace un mes, a anunciar ese desenlace. Por si faltase algo, ahí está Pablo Casado, animado por las encuestas, que ya no rechaza la repetición de urnas y cree que le beneficia. Sánchez y Casado, representantes vivos del viejo bipartidismo, coinciden en soñar con asestar un golpe de gracia a sus competidores afines, Podemos y Ciudadanos, y quedarse como amos dominantes de la izquierda y la derecha. Solo el miedo de Pablo Iglesias a un mal resultado electoral puede hacer que incline la cabeza y acepte el órdago de Sánchez.
Así está el patio al comienzo del incierto y tormentoso curso político. El cronista, al tiempo que hace estas anotaciones, tan tediosamente repetidas, se da cuenta del otro gravísimo problema: todo está planteado en función de intereses de partido o de aspiraciones de sus líderes. No hay nada que no sea una pura estrategia para conquistar o mantener el gobierno. Nadie se ha sentado ni piensa sentarse a hablar sobre cómo se pueden afrontar, por ejemplo, los efectos del brexit salvaje que plantea Boris Johnson o cómo se reacciona ante la respuesta -quizá también salvaje- que el independentismo piensa dar a la sentencia del procés. Nuestros dirigentes políticos siguen, como siempre, en sus juegos de poder. Y eso que Pedro Sánchez ha dicho: «España no se puede permitir más inestabilidad».