Siempre he intentado transmitir a mis estudiantes que antes que cualquier otra cosa, la democracia es un método, una forma, para agregar preferencias dispersas. Es decir, permite que todos los ciudadanos expresemos nuestra voluntad diferente, que se vehicula primero a través del sistema electoral y después en el ejercicio de la representación política. Y así, veinte millones de ciudadanos, a través de sendos procesos de agregación, construimos un gobierno o aprobamos unos presupuestos.
El funcionamiento de la democracia presupone que los ciudadanos deben tener los mejores niveles de libertad para elegir, que la forma de transformar su elección en representación debe ser lo más justa posible, y que el proceso para que los representantes construyan la decisión debe guardar cierta coherencia con los pasos anteriores. En definitiva, unas elecciones para que los ciudadanos expresen su voluntad y un sistema electoral que transforme esa voluntad en representantes encargados de construir la decisión a través de esa secuencia agregadora de preferencias.
Lo cierto es que muchas veces hemos criticado los procesos electorales, el sistema electoral, la representatividad o la conversión de los votos en escaños, pero nunca hasta ahora nos habíamos dado cuenta de que si al final nuestros representantes son incapaces de cerrar el ciclo de agregación de las preferencias, todo el proceso será en vano.
¿Tienen derecho nuestros representantes a desperdiciar la expresión de veinte millones de voluntades? Sinceramente creo que no, creo que la convocatoria de unas elecciones habla de la incapacidad de los políticos para cumplir el mandato de los ciudadanos, de su fracaso y no del nuestro. La elección de los ciudadanos es la otra, la suya no; ellos están obligados a construir la decisión con la composición de las preferencias de los electores, y no parece legítimo que los políticos rechacen la elección de los ciudadanos y les obliguen a elegir de nuevo.
Frente a los que quieren presentarnos esta situación como un fracaso de la relación entre los políticos, lo cierto es que el fracaso se ubica en el vínculo que une a los ciudadanos con los políticos. Y que los mismos que hoy son incapaces de acometer su responsabilidad, nos exigen mañana la responsabilidad de sostener una nueva elección para que nuestro voto cuente. Pues que cuente ahora!.