En una semana, y mucho antes de comenzar la campaña electoral, tres actos electorales. El martes, desde el propio palacio de la Moncloa. El miércoles, en la sesión de control del Congreso de los Diputados. Y el jueves, en la entrevista con García Ferreras en La Sexta. Pedro Sánchez quiere tener la iniciativa de la carrera y que nadie le adelante. Se dispone a aprovechar su privilegiado puesto para arañar un voto, y así su presencia y su discurso en la Asamblea de la ONU lo enjuiciaremos desde la intención electoral. En sus intervenciones pretende marcar las líneas generales del debate antes de que lo hagan otros líderes. Se pone a pedir el voto, aunque todavía no pueda hacerlo. Participa del criterio -siempre vigente y aplicable a la política- de que quien da primero, da dos veces. En toda carrera ir delante es sacar ventaja a los demás.
Pero tiene un peligro que supongo que sus «Redondos», como dijo Cayetana Álvarez de Toledo, habrán percibido: noviembre no es como abril. Al Sánchez de noviembre no se le tiene el mismo respeto político y periodístico de hace cinco meses. El bloqueo lo desgastó. Puede no haber sido el principal culpable de la repetición de elecciones, pero tenía la máxima responsabilidad de la gobernación. Y algo muy importante: no llega al período electoral con adversarios; llega con enemigos. Pablo Iglesias, por ejemplo, se está convirtiendo en enemigo, como demuestra la polémica del no poder dormir si Podemos dirigía la Hacienda, la política energética o la Seguridad Social. Quienes hablamos con dirigentes de otros partidos sabemos que acarician una estrategia: difundir la idea de que no se puede votar a Pedro Sánchez porque es imposible pactar con él. Es una idea cargada de dinamita.
Por eso, el presidente en funciones ha dejado de hablar de coaliciones ni nada parecido. Su mensaje es pedir una mayoría suficiente para tener un gobierno estable sin depender de nadie. La llamada al voto útil será más intensa que nunca. La necesidad de hundir a Podemos, apremiante. Y la ubicación en el escenario, el centro, sobre todo ahora que Podemos aparece como más izquierdista que nunca y Ciudadanos, titular de la credencial centrista, es fácil de atacar por haberse alineado con el Partido Popular en gobiernos sostenidos también por Vox.
Aún así, este cronista le haría dos recomendaciones al señor Sánchez. La primera, que no dramatice tanto sobre las causas de su ruptura con Podemos. El exceso de dramatismo es muy teatral, pero tiene fronteras sutiles y peligrosas con la comedia. Y la segunda, que intente no romper tantos puentes. A estas alturas de la representación, hay que pensar como piensan las abuelas: nunca se sabe a quién se puede necesitar.