Lo que parecía imposible en el año 1976 -articular una derecha no franquista, y una izquierda creíble para la gente y fiable para el sistema-, se consiguió en 1977, gracias a Suárez, que atrajo a la UCD a las tecnocracias más cualificadas de la España del desarrollo, y a Felipe González, que aggiornó la memoria mitificada del PSOE, su único capital, con un electorado que supo entender a la perfección dónde estaba la clave de funcionamiento de un sistema que -¡oh, sorpresa!- aún estaba por crear. Poco después, durante la redacción de la Constitución de 1978, se forjó el sistema a la medida de un electorado y un país que, apostando por la estabilidad y la moderación, funcionó en régimen de bipartidismo imperfecto, con un balance muy positivo, hasta finales de 2015.
Aunque UCD no era un partido, sino una aglomeración táctica de grupos de poder e influencia que fueron absorbidos por Fraga en 1982, es evidente que la continuidad del sistema quedó garantizada por dos partidos -PP y PSOE- que concentraban en sus programas y electorados los acuerdos básicos de la transición, y que tenían la cultura democrática suficiente para compatibilizar su voluntad de combatirse, como alternativas, con la necesidad de entenderse, como pilares de un sistema y un país que tuvo con ellos los cuarenta años de libertad y progreso más felices de los últimos siglos.
En el título de este artículo ya se da a entender que aquel gran PSOE, que los viejos tenemos en la memoria como una pieza fundamental del buen gobierno, está pasando un mal momento, y que más allá de los vaivenes electorales que empezó a sufrir a partir del zapaterismo, el liderazgo de Sánchez ha alterado, en su exclusivo beneficio, las alianzas subyacentes al sistema, que ahora empoderan a minorías extremas, a nacionalistas e independentistas, y a populistas de diversa especie, para que, con sus magras y minifundistas cosechas de votos, estén funcionando como claves de bóveda de la gobernabilidad del país. Y ahí andamos, y andaremos, si no espabilamos aína.
Por lo que a mí respecta, mantengo la opinión de que el PSOE solo está sufriendo una fiebre pasajera, que retroalimenta un electorado transitoriamente abducido por la ola de indignación y revisionismo populista que se expresa, en clave justiciera, contra la crisis y sus efectos sociales. Pero los riesgos que está asumiendo el sistema ya aconsejan tantear las hipótesis de que esta fiebre se quede en una profunda afección del sistema, que tiene buen pronóstico, o que ya estemos entrando en una dinámica de desgobierno e inestabilidad que acabará afectando a los cimientos culturales y sociales de la transición. Por eso conviene que el electorado adopte formas y comportamientos de medicina preventiva, antes de que un colapso multifuncional nos envíe a la tumba, repletos de teórica salud. Y a día de hoy solo se me ocurren dos recetas para salir de esta zozobra: inflar de votos al PSOE, para que gobierne; o dejarlo exangüe de apoyos, para que otro lo sustituya.
Los otros análisis de cara al 10n de Xosé Luís Barreiro Rivas