Boris Johnson se frota las manos. Catorce días lo separan de la cumbre del brexit, un pico que su antecesora, Theresa May, fue incapaz de alcanzar tras tres ataques consecutivos a la cima.
A falta de que los Veintisiete ratifiquen la letra del enjuagado acuerdo en la cumbre que arranca hoy en Bruselas, el líder de los tories ya puede sacar pecho frente a quienes barajaron que sería un fiambre político antes de terminar el mes. No solo ha llegado con vida después de una larga y deplorable campaña de chantaje a la UE. Es que, al contrario que May, lo ha hecho aplastando en casa a una oposición pusilánime y reforzando su liderazgo en el partido. Pase lo que pase esta noche en la capital comunitaria o el sábado en la Cámara de los Comunes, Johnson saldrá reforzado.
¿El Parlamento británico rechaza el acuerdo? Lo hará a un coste alto porque el premier lo utilizará como munición de cara a unas futuras elecciones que le sonríen en los sondeos. Si recibe la luz verde, se colgará la medalla por cumplir con su palabra de abandonar la UE.
Hay muchos escenarios que pueden torcer el transcurso natural de los acontecimientos. Una prórroga técnica exigida por la UE o una prórroga impuesta por la Ley Benn para ordenar la salida, por ejemplo. Y aunque todos los caminos lleven hacia esa dirección, el relato de Johnson ya está escrito: Llegó, negoció y desenmascaró a la UE. ¿Por qué? Independientemente de que la solución para Irlanda del Norte sea beneficiosa o no para el Reino Unido y que decante o no la partida, Johnson ha demostrado que el cuento de que «el acuerdo negociado por May es el único y el mejor posible» era justamente eso, un cuento.
Ahora bien, que haya acuerdo con la Unión Europea no significa que vaya a haber brexit el próximo 31 de octubre. Con este movimiento, eso sí, la presión se traslada por un lado de Downing Street a los hombros de los unionistas de la DUP y el puñado de diputados euroescépticos laboristas, y por otro hacia la oposición, debilitada y dubitativa. Todos saben que la negativa no arreglará nada, solo precipitar unas elecciones que abocan al Reino Unido al mismo callejón sin salida, por lo que el éxito del premier es una victoria infértil para los británicos. Es desolador. Ni la irresponsabilidad del ex primer ministro David Cameron al convocar el referendo para resolver los problemas de su partido, ni la campaña de mentiras y falacias de los eurófobos, ni la incompetencia de Theresa May para apagar el incendio en casa, ni los delirios políticos de Johnson han conseguido revertir la situación.
Visto el brexit con perspectiva, se puede decir que el divorcio de los británicos ha sido un esperpento, un drama hilarante y absurdo, digno del genio de los Monty Python. A pesar de las altas dosis de comedia que nos ha ofrecido nos enfrentamos ahora a una realidad mucho más dura: la de soportar el dolor de la cicatriz abierta que dejará el proceso de ruptura. En lo económico, en lo político y lo social, sobre todo para los británicos. De llegar al 31 de octubre con el divorcio en la mano, Johnson podrá regocijarse en su mezquina victoria, pero el brexit no habrá sido conquistado hasta que el Reino Unido y la UE sellen un nuevo acuerdo para la relación futura. Y eso llevará mucho tiempo. Todo está por hacer. Como dice el padre del Tratado de Lisboa, Jean Claude Piris: «En cualquier caso, el brexit es y será una tarea en curso».