La noche parecía una secuencia del final de La ciutat cremada, la película de Antoni Ribas que narraba desde los años de la Transición los sucesos acaecidos durante la Semana Trágica en la Barcelona de 1906, con la ciudad en llamas y los piquetes incendiarios recorriendo las calles principales.
Había ido a la ciudad de los prodigios a una numerosa fiesta literaria que celebraba la editorial Planeta con motivo de la concesión de sus premios anuales. Estaba en la antaño ciudad abierta, divertida, cosmopolita y adelantada en la vanguardia de la creación europea, la ciudad de Juan Marsé y Ana María Matute, la de Carlos Barral o Eduardo de Mendoza, y viajé esa noche al corazón del tsunami.
Parecía una caricatura grotesca e incivil, si no fuera patética, de una gigantesca noche de San Juan. Ardía Barcelona mientras la Barcelona dormía. Los incendiarios eran grupos numerosos de muchachos, en su mayoría veinteañeros, adiestrados con técnicas clásicas de insurrección urbana siguiendo las viejas directrices ya ensayadas por la kale borroka vasca; desde los partidos radicales de Euskadi denominaban a la muchachada «juventud alegre y combativa». Muchos eran hijos bien criados de la burguesía catalanista, la misma que tiene su discurso independentista plagado de consignas, había en ellos una estética gestual de barra brava, de hinchada ultra de un equipo de fútbol que tiene a gala «ser más que un club» y que apoya sin disimulo la autodeterminación, con o sin referendo.
Los fuegos plantados en las avenidas de una ciudad especialmente bien trazada parecían códigos de señales intermitentes de una batalla medieval, estaban perfectamente sincronizados y avanzaban en un incremento planificado hacia el fin de semana con acompañamiento de columnas de manifestantes.
Estuve apenado. La fiesta de las letras transcurrió plácida en un oasis literario, hubo ausencias que suplieron las presencias. Barcelona ardió en la noche y a la mañana siguiente la ciudad seguía viva y vigorosa, cada uno a su rutina y a su faena, los cafés con sus tertulias, y la vida comercial sembrando sus ofertas. Yo había estado en el corazón del tsunami.