Quizá fue en el año de 1959. Pero pudo ser cualquier otro año, en torno a ese. Con otros muchos jóvenes, estaba en el interior de la basílica del Valle de los Caídos, asistiendo a una misa, con la presencia de Francisco Franco. Llegado el momento de la consagración, las luces se apagan y solamente queda un rayo luminoso, que, desde lo alto de la cúpula, ilumina un crucifijo colocado sobre el altar. La situación, en ese preciso momento, invita especialmente al recogimiento.
En el silencio de ese momento, y de oscuridad para los fieles, se oye una voz que, con un buen nivel de decibelios, grita: «Franco, ¡eres un traidor!» En cuanto se encendieron las luces, vi salir a un joven emparedado entre dos ¿policías secretas? que lo sacaban rápidamente del edificio.
Recordaba estos hechos a raíz de la polémica retirada de los restos de Francisco Franco de su tumba en la basílica del Valle de los Caídos, al amparo de la Ley de la Memoria Histórica, ley que animó a remover los lodos de la Guerra Civil española, cuando todo había decantado con la ejemplar transición española de la dictadura a la democracia, envidia de otras naciones.
Francisco Vázquez, un magnífico alcalde de A Coruña, aseguró durante una conferencia que pronunció en Pontevedra que se había dado de baja del PSOE por la Ley de la Memoria Histórica de Zapatero.
Ya nadie volverá a gritar: «Franco, ¡eres un traidor!» en Cuelgamuros, porque Franco ya no estará allí, después de gastarse más de 63.000 del dinero de los contribuyentes.