¿La segunda muerte del dictador?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

J.J. Guillén | EFE

25 oct 2019 . Actualizado a las 09:19 h.

Quienes hayan seguido el programa que el primer canal de TVE emitió ayer durante toda la mañana, es posible que para hacer efectiva la discreta exhumación de Franco que el Gobierno había prometido, se habrán quedado con dos netas impresiones: que el nivel de descarada propaganda gubernamental en la televisión pública parece ya no tener límites; y que el traslado de los restos del dictador fue tratado como si estuviésemos ante el auténtico fin de nuestra Transición.

Sobre lo primero, resultaba evidente que Sánchez no iba a resistir el impulso de intentar rentabilizar electoralmente un hecho del que llevaba haciendo bandera muchos meses. Y más cuando todas las encuestas pintan bastos para él. Por eso, como en tantas ocasiones desde el triunfo de la moción de censura, el Gobierno ha echado mano otra vez de RTVE, que se ha prestado servilmente a hacerle el juego. Nada lo expresaba mejor que la viñeta de ayer de Pinto & Chinto en estas páginas: un helicóptero que trasladaba el féretro de Franco con un pancarta en cola en la que se podía leer «Vota PSOE».

Siendo tal abuso de poder inadmisible, lo es mucho más la idea de que con la exhumación del dictador del Valle de los Caídos se cierra una Transición que al parecer permanecía inacabada. Hace pocos días manifesté en este mismo espacio que a mi juicio los restos que debían haberse trasladado de Cuelgamuros eran los de los muchos miles de personas allí enterradas contra su voluntad o la de sus deudos, dejado los de Franco en solitario en su monumental y siniestro mausoleo, irrecuperable, contra lo que opinan los teóricos de la resignificación, para la causa del abrazo de las Españas que se enfrentaron en la Guerra.

Pero, de la misma manera que sabemos que hay en nuestro país millones de personas a quien la exhumación del dictador nada les preocupa, es obvio también que hay otras tantas (desconozco si más o menos) que creen que el traslado de sus restos es un acto de justicia indispensable para nuestra democracia.

En todo caso, una cosa es proclamar eso y otra muy distinta poner de relieve que ayer asistimos a una peculiar segunda muerte de Franco, que (¡no se sabe por cuanto tiempo!) nos libera de una especie de amnesia colectiva sobre la que supuestamente se habría basado esa Transición que desembocó en una de las mejores democracias de Europa y en la más amplia, estable y sana que jamás hemos disfrutado.

Lo recordaba en el 2003 Santos Juliá, uno de los más grandes investigadores de la España del siglo XX, que -caprichos de la historia- fallecía pocas horas antes del acto de exhumación de un dictador que él había combatido: «Durante la Transición y antes se habló mucho del pasado; ocurrió, sin embargo, que se habló no de un modo que se alimentara con su recuerdo el conflicto, ni se utilizara como arma de lucha política, sino de un modo sobre el que pudiese extenderse una amnistía general». No está de más recordarlo hoy precisamente.