Desde los tiempos de Abderramán III, las campañas o precampañas electorales en Galicia tienen un único protagonista: el AVE. Mejor dicho, la finalización de sus obras y su puesta en marcha. Campaña tras campaña resurge el asunto, bien sea para prometer lo que saben de antemano que no cumplirán y establecer unas fechas que saben que tampoco satisfarán.
Así llevamos casi dos décadas. El último rifirrafe entre los presidentes Sánchez y Feijoo, que centra estos días la actualidad, forma parte de la misma estrategia electoral. Desgastar al adversario. Ocurrió ya con Aznar, Zapatero, Rajoy y ahora con Sánchez. Ocurrió con Touriño y con Feijoo. Y ocurrió con Álvarez Cascos, Magdalena Álvarez, José Blanco, Ana Pastor y ahora con Ábalos. Desde el 2010 los plazos se han ido prolongando de mes en mes hasta que perdimos la cuenta de cuántas veces nos aseguraron realmente que tendríamos el servicio. Hoy ya no sabemos si será en el 2021, en el 2025 o en el 2050. Que da lo mismo.
El protagonismo del AVE en campaña tiene sus ventajas, porque además de servir como dardo para el adversario se utiliza para ocultar los otros graves problemas. Porque mientras ellos se enredan con el asunto, nosotros padecemos la despoblación, las pensiones más bajas, los servicios sociales, el paro, Alcoa, As Pontes, la precariedad laboral, la sanidad, la ayuda a domicilio, la desaceleración económica o los 122.000 vecinos mayores de 65 años que viven solos. Por citar algunos. Pero ellos están a lo del AVE, mirando a ver qué nuevo plazo ponen y viendo cómo rentabilizarlo en las urnas.
La llegada del AVE a Galicia no es un proyecto, ni una aspiración. Es un juguete. Como el parchís o los peluches. Es el entretenimiento que utiliza nuestra clase política para divertimento propio. Y ya se sabe que, como alguien dijo, «en cada juego hay siempre un oponente y hay siempre una víctima; el truco es saber cuándo eres el último». Nosotros lo sabemos. Los últimos somos nosotros. Las víctimas de este terrible juego.