Pedro Sánchez se ha convertido en el muñeco del pimpampum que recibe pelotazos por ambos flancos. Esto no me sorprende: por si alguien anda despistado, le recuerdo que estamos en campaña electoral. Lo realmente llamativo, por paradójico, es la coincidencia entre la derecha y la izquierda en un aspecto: el líder socialista se ha equivocado al meterse y meternos en unas nuevas elecciones. Se ha puesto a trepar por la cucaña, sabiendo que el palo iba a estar enormemente resbaladizo por la sentencia del procés y el fin del ciclo expansivo de la economía, a la búsqueda de una mayoría que le permitiese superar la parálisis política del país.
Para situar el presunto error de Sánchez, conviene hacernos una pregunta: ¿se ha equivocado en perjuicio del país o en menoscabo de las siglas que representa? Sostuve y mantengo que la repetición electoral le hacía un flaco favor a España. Pero también sostengo que cualquiera de las cuatro principales fuerzas políticas pudo haber evitado las elecciones. Bastaría que el PP levantase el bloqueo al grito de «por España». O que Ciudadanos rompiese su veto y apoyase al candidato ganador del 28-A. O que el PSOE aceptase la coalición de mínimos, incluyendo período de prueba, que le ofrecía Podemos. O que Pablo Iglesias permitiese a los socialistas gobernar «a la portuguesa». Todos son corresponsables.
No nos engañemos. Saquemos el patriotismo de la ecuación, porque aquí cada uno fue a lo suyo. Sánchez consideró que las elecciones eran un mal menor frente al insomnio que le produciría una coalición. Casado se frotaba las manos ante la perspectiva de salir del hoyo. Rivera estaba convencido de que al final habría acuerdo entre «la banda» en la «sala del pánico». E Iglesias confió en el vértigo de Sánchez ante la maldición que le echó: «Si hay elecciones, usted no será nunca presidente».
Pero no metamos a todos en el mismo saco. La izquierda intentó el acuerdo y fracasó, porque unos querían gobernar en solitario y otros querían gobernar en coalición. La derecha, por el contrario, se limitó a bloquear y colocar al ganador de los comicios en una encerrona: o forma un Gobierno Frankenstein o convoca elecciones. Elija usted cómo quiere equivocarse. Y Sánchez optó. Por eso tiene lógica que Pablo Iglesias, desairado, lo critique por su decisión. Pero chirría demasiado que Casado y Rivera lo ataquen por lo mismo: ¿acaso hubieran preferido, por el bien de España claro, que gobernase Frankenstein a que hablasen las urnas?
Ahora esperan, alentados por las encuestas privadas, que Sánchez haya cometido el error de aquel que fue a por lana y salió trasquilado. Hasta que llegó el macrobarómetro del CIS y les cayó como un jarro de agua fría en la cabeza. Ya sé que tal fuente les merece escaso crédito. Pero estoy seguro de que más de uno recordará con aprensión el precedente: la macroencuesta del CIS fue la que más se aproximó a los resultados del 28-A y la única que vaticinó el número de escaños que obtendrían PSOE y PP. Y ya el inefable Tezanos estaba al frente del instituto.