Dice el tango que veinte años no es nada, pero ha sido echar la vista atrás y sentir que fue mucho más que un soplo las siete vidas que nos regaló aquella maravillosa serie que arrancó en 1999. Han pasado veinte años de las collejas de Sole, veinte de aquel buen humor que disparaba con inteligencia. No sé si veinte años después podríamos meter en esa jaula televisiva a Toni Cantó y a Willy Toledo juntos, pero estoy segura de que Sole los hubiera puesto en su sitio con esa autoridad que le daba ser una histórica de la izquierda con una simpatía de muy mala leche. Hoy, que nos falta tanto humor, se agradecería esa distancia genial para ver nuestro lado cómico y sonreírnos un poco más; estrecharnos en lo que nos une y no reventarnos en las trincheras de las diferencias; sacarnos el polvo de encima y jugárnosla más al riesgo de la risa. Un daño colateral que se echa tantísimo de menos como las collejas de Sole o la inocencia de Paco, que nos alegraron durante siete años las noches de los domingos, cuando España cabía en una sitcom y la política no era una comedia. Cuando Santiago Carrillo, ídolo de una Sole roja y atea, era capaz de hacer un cameo de sí mismo. Todo aquel humor se ha esfumado y en su lugar se ha instalado el reality de la política show que tanto hubiera despreciado Sole. A saber qué le diría hoy a Sánchez, a Abascal, a Casado y a Iglesias. ¡Qué collejas!