Cada vez que una encuesta da un escaño más a Vox hay un sector que se pone a temblar y que se asusta de un peligro que para otros no es tal. Hablamos de los votantes de Vox como si fueran extraterrestres que un día bajaron en un platillo volante, que llegaron de otra galaxia, para colarse entre nosotros y construir su propia leyenda desde cero. Pero en realidad, toda esa gente que el domingo va a introducir su papeleta para apoyar al partido de Abascal ya vivía con nosotros, aunque votase a otro partido de cuyo nombre todos nos acordamos. Vale que puede haber un pequeño grupo de personas que se haya animado ahora, después de leer el extenso programa de Vox, pero la gran mayoría estaban aquí, entre nosotros, pensando lo que defienden hoy. Son esas personas que creen, como creían antes de Vox, que los emigrantes nos están robando nuestro trabajo y se llevan todas las ayudas de los españoles; son los votantes que no querían el aborto; son los que tampoco querían una ley contra la violencia machista; son los mismos que no creen, porque tampoco lo creían entonces, en la validez del Estatuto de Galicia; los que piensan que el gallego no es una lengua con la misma entidad que el español (siguen pensando que es inferior y que «no sirve» para nada); son los mismos que no creen en la libertad de prensa y en la libertad de opinión; son los votantes que no creían en la igualdad de todas las personas; porque son los mismos que no quieren a los homosexuales y a las lesbianas fuera de la intimidad de casa. Todas esas personas que ahora nos ponen tan nerviosos y que asustan tanto a un sector no han cambiado de pronto de pensamiento ni de creencias. Estaban aquí, son los mismos de siempre, solo que ahora se han cambiado el nombre. Y yo les temo.