En vez de disimular su amargura con sonrisas forzadas -«hemos ganado las terceras elecciones en un año»-, Pedro Sánchez debió copiar a Felipe González en ocasión menos frustrante: «Hemos entendido el mensaje». Y, a continuación, agradecer a los españoles que, pese al tirón de orejas, le hayan concedido una segunda oportunidad. Cierto que el nuevo examen es aún más difícil que el anterior. Le hará falta Dios y ayuda para superarlo, pero al menos puede intentarlo. Y esa segunda oportunidad, la misma que las urnas le negaron a Rivera, supone un mínimo alivio para la izquierda, donde empezaba a cundir el pánico ante el desembarco de la derecha y con Abascal en la cabina de mando. Esa imagen sí producía insomnio y pesadillas a media España.
La pelota está en el tejado de Sánchez y la principal incógnita estriba en saber qué mano utilizará para impulsarla: ¿la derecha o la izquierda? ¿Qué alma, de las dos que tiene todo partido, se impondrá? Lo singular del PSOE, y de ahí mis dudas, es que su líder compartió sucesivamente las dos almas. Porque hay dos Pedro Sánchez y no sabemos, al menos hasta conocer su propuesta para el desbloqueo, cuál de ellos gestionará el suspenso y la segunda oportunidad.
El primer Sánchez es el Sánchez del «no es no», el derrocado en su partido por contumaz, el que dejó su escaño por coherencia y derrotó a la vieja guardia. El que izaba la bandera de la izquierda y hablaba de federalismo y plurinacionalidad sin complejos. El que accedió al poder por la puerta de atrás y con el sostén de compañías peligrosas. El que calificó a Podemos de socio preferente. El felón que, dicen, ya tenía firmado el indulto a los golpistas mientras negociaba en Pedralbes la ruptura de España. El que reorganizaba su banda en la habitación del pánico. El que, en merecido castigo, obtuvo 7,5 millones de votos y 123 escaños, mientras el PP se hundía en la miseria.
El segundo Sánchez es el converso que mendigaba la abstención de la derecha. El arrepentido que se pasó la campaña pidiendo disculpas por su connivencia con indeseables. Que arreaba más estopa a su socio preferente, porque le impedía conciliar el sueño, que a cualquiera de las tres derechas. El dinamitero dispuesto a volar el puente aéreo con Cataluña y traer a Puigdemont a rastras. El amnésico que anunciaba ortodoxia económica, envuelta en el prestigioso celofán de Nadia Calviño, y olvidaba mencionar asuntos menores como la desigualdad, la precariedad o la reforma laboral. Las urnas premiaron ese viaje al centro con 6,7 millones de votos y 120 escaños.
La distancia entre los dos Sánchez asciende a 800.000 votos. Y no cuento a los cabreados, que a más de uno conozco que echaba pestes de la transmutación mientras depositaba con desgana la papeleta del PSOE en la urna. Por eso me intriga saber a cuál de los dos Sánchez veremos en los próximos días. Si al Sánchez que se dispone a inaugurar los gobiernos de coalición en España o al Sánchez que repite como un loro noqueado: ¡Hemos ganado, dejadnos gobernar!