Los filósofos y los poetas se ven obligados a explicar cosas imposibles, para las que no existen todavía palabras precisas, ya convenidas, que reflejen con exactitud realidades o conceptos solo a veces nuevos. Por eso, poetas y filósofos coinciden en la pasión por la imaginería, despliegan comparaciones que nos ayuden a imaginar lo desconocido o complicado a partir de lo cercano y lo sabido. Empecé a leer ayer Civismo y ciudadanía, que recoge artículos del filósofo Higinio Marín. Me quedé enganchado en una frase: «Parece haberse agotado la capacidad del mundo para reciclar los residuos tóxicos de cuanto hacemos, y tampoco quedan vertederos donde esconderlos». No se refiere solo, ni siquiera principalmente, a las basuras físicas que producimos, sino también a las morales, al peligro ecológico que generan tantas miserias personales y colectivas que ya no sabemos gestionar. No quedan vertederos y los nuevos están desbordados, hasta el punto de que muchos chapoteamos en ellos casi sin darnos cuenta, casi ahogados, buscando algo que no está.
Se percibía esa angustia en un vídeo del socialista Eduardo Madina. Resumiendo, decía que cuando tenía que defender lo contrario de lo que había declarado nueve meses antes, no porque hubiera cambiado de criterio, sino por exigencias editoriales de la política de partido, sufría mucho, se le hacía muy duro. Ahora, según él, ese ciclo ya no es de meses o de años, sino de veinticuatro horas.
El principio de no contradicción, que es un principio lógico pero también moral, ha saltado por los aires. Si cabe decir una cosa y su contraria, impunemente y casi a la vez, el debate público alcanza un nivel crítico de toxicidad.
@pacosanchez