Vainica doble

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Álvaro Ballesteros

17 nov 2019 . Actualizado a las 14:57 h.

Coser. Calcetar. Ganchillar. Hay algo de mantra oriental en ese ir y venir. Coser. Calcetar. Ganchillar. Un punto, otro punto, otro punto; entra la aguja, sale la aguja. Construir hilo a hilo. Bordar en el lienzo en blanco de un retal de panamá la fecha probable de tu muerte. Aquellas madejas de algodón portugués que se estiraban en los brazos de los pequeños de la familia mientras la abuela iba formando un ovillo, tra tra. El punto de cruz y la vainica. Una vuelta del derecho y otra del revés. Los ochos. El punto bobo, el cruzado, el macramé y las cadenetas. El feminismo de la calceta. Una red bien pertrechada de mujeres que se juntan a hacer punto como una forma de reivindicarse. Activismo textil. A la revolución por las agujas.

Coser empodera. Sí. Pero justo por lo contrario de lo que piensa Vox. Empodera el punto creativo, el solidario, el gamberro, el knit art, la costura voluntaria, el ganchillo elegido. Una especie de conocimiento femenino transversal que se transmite de unas a otras.

Coser empodera cuando no esclaviza, cuando no convierte los dedos de las mujeres en garras deformes por las horas entregadas a empresas que piden mucho y pagan poco, si no es una coartada para confinar a las mujeres, si no es un sustituto del saber, de la formación, del trabajo bien remunerado o de la independencia. Coser no empodera cuando convierte a las mujeres en cosedoras de botones. Desde mi pornofeminismo lo proclamo. Desde mi lesboterrorismo solidario lo grito. Como proclamo que Vox no se va a apropiar de mi calceta y mis ovillos, de los ganchillos, alfileres y pompones. Que saquen sus sucias manos de una vainica doble.