Imaginemos que trabajamos en Telecinco, que estamos en el control de Gran Hermano, que nos ha tocado vigilar esa noche a los concursantes, imaginemos que somos personas «normales», que hemos estudiado, que nos hemos formado, que sacamos una carrera adelante, una familia, que atendemos nuestra casa. Y ese día es uno más de trabajo. Y ahí estás tú, en tu pecera de cristal, viendo cómo una chica se pone hasta arriba de alcohol y se queda inconsciente. Pero sigues grabando. No vas a atenderla, no haces nada por sacarla de ese estado. Nadie avisa. Otro coma etílico más. Sigues grabando, observando, viendo cómo se lo pasan, ves cómo un compañero aprovecha esa situación terrible de la chica y de pronto se baja la cremallera y la viola. Un verbo más. Y tú sigues en el control mirando. ¿Cómo se puede ver una violación y seguir como si nada? ¿Cómo se graba una violación? ¿O lo que es peor: alguien puede dudar de que lo que está viendo no es una violación? Lo que ha pasado en Gran Hermano es tan delirante como incomprensible. Incomprensible que dejen a una chica inconsciente, incomprensible que nadie mueva un dedo mientras mientras alguien supuestamente la viola, incomprensible que le pasen por delante las imágenes de esa agresión sin atención psicológica e incomprensible que todos hayan querido que lo mejor es que siga el show.