Las armas confiscadas al Chapo Guzmán, una espada del cartel de los Caballeros Templarios, imágenes religiosas adornadas con piedras preciosas; y sí, también submarinos empleados para el tráfico de drogas, figuran, junto con otras muchas curiosidades, en el Museo de los Enervantes, en México. No está abierto al público; de ser así, sería un lugar de peregrinación alimentado por el morbo que provocan las excentricidades de las fortunas amasadas al margen de la ley. Hay más museos del narco en el mundo. En Galicia, lo más parecido es el fondo de bienes decomisados al narcotráfico que gestionan el Colegio de Procuradores de A Coruña y la Fundación Galega contra o Narcotráfico, donde se guardan desde las obras de arte del Culebras hasta los coches de alta gama confiscados a los capos gallegos.
El perfil chabacano y hasta kitsch de sus protagonistas no conoce fronteras, por eso todos nos hemos rendido al espectáculo que provoca el narcotráfico. Lo entendieron bien las madres de la droga, que hicieron uso del mismo para llamar la atención, y por eso las llamaban las tolas. Pero Noelia Míguez, a quien su novio le asestó ocho puñaladas hace cuatro años, entendió muchas cosas cuando en el juicio se enteró de que el joven consumía drogas. Esa otra cara del espectáculo tiene menos audiencia. Cosas del share.