Pedro Sánchez aprovechó ayer la inauguración de la Cumbre del Clima en Madrid para acaparar todo el protagonismo, relegando al jefe del Estado, Felipe VI, a un papel secundario. Su maratoniana agenda de ocho horas de fotos con líderes internacionales incluyó una rueda de prensa junto al secretario general de la ONU, António Guterres, que le obligaba a dar la cara por primera vez desde que hace quince días José Antonio Griñán y Manuel Chaves fueran condenados en el caso de los ERE. Pero tampoco ayer hubo suerte, ya que no consideró oportuno permitir preguntas o pronunciarse sobre el mayor caso de latrocinio perpetrado en España, protagonizado por dos expresidentes de su partido. Una actitud que demuestra que, lejos de dar explicaciones o hacer autocrítica sobre este gravísimo asunto, su intención es callar, esconderse de la prensa el tiempo que haga falta y esperar a que escampe, como si la cosa no fuera con él. Y que refleja también su doble vara de medir.
Si mañana se hiciera una encuesta entre todos los españoles y se les preguntara si Mariano Rajoy convocó o no a la prensa para hablar a través del plasma, probablemente un 99 % respondería que sí. E incluso un buen número de periodistas aseguraría haberlo vivido. Tal es el poder de la máxima goebbelsiana que afirma que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Rajoy tenía, y sigue teniendo a día de hoy, una aversión a la prensa rayana en el desprecio. Pero jamás hizo tal cosa. El mito nació en el 2013, cuando convocó al comité ejecutivo de su partido tras la publicación de los papeles de Bárcenas. En contra de lo habitual, pero no por primera vez, su intervención ante la cúpula popular se retransmitió para la prensa a través de un monitor. Bastó una foto de los periodistas atendiendo a la pantalla, su falta de explicaciones públicas sobre el caso y la presión mediática del PSOE para crear la leyenda.
En realidad, las reuniones de los órganos directivos de todos los partidos son siempre a puerta cerrada. Los periodistas tenemos que enterarnos de lo que allí se dice preguntando a nuestras respectivas fuentes, obteniendo así una versión de parte. Y cuando de forma excepcional se retransmite en abierto el discurso inicial del líder, en Ferraz, en Génova y en todas las sedes lo seguimos a través de un monitor. Sin más.
Pero si Rajoy trataba de huir de la sombra de Bárcenas por el peregrino método de referirse siempre a «ese señor del que usted me habla», Sánchez, como ocurrió también con el plagio de su tesis, se limita a callar sobre el caso de los ERE y esperar a que el tiempo lo borre todo. Ni siquiera intenta, como el resto de dirigentes del PSOE, hacer pasar por hombres buenos y honrados a dos corruptos y prevaricadores como José Antonio Griñán y Manuel Chaves por el sibilino método de referirse siempre a ellos cariñosamente como «Pepe y Manolo». Pero los españoles siguen esperando a que Sánchez, además de hacerse autobombo internacional siendo presidente en funciones, diga algo o haga autocrítica sobre el caso ERE. Por plasma o en carne mortal.