El próximo domingo se celebran dos sorteos de lotería. Millones de españoles estarán pendientes del que tendrá lugar en el Teatro Real de Madrid. Pedro Sánchez, por el contrario, solo prestará atención al del Centro de Convenios Internacional de Barcelona, donde se clausura ese día el vigésimo octavo congreso de Esquerra Republicana. Todos soñamos con el gordo. Lo que significa, para el común de los mortales, hacerse con una tajada de los 680 millones de euros del primer premio. La ilusión de Sánchez es otra: que Esquerra extraiga del bombo la bola de la abstención, para permitirle una investidura inmediata, desembarazarse del opresivo corsé «en funciones» y comer las uvas en la Moncloa con plenos poderes.
Lamento decirle, amigo lector, que las probabilidades de que su número o el mío sean agraciados con el gordo son escasas. Una entre cien mil, exactamente. Así que el lunes nos encontraremos, Dios mediante, repasando la tabla de premios para comprobar si hemos arañado algún pellizco menor o alguna pedrea para reinvertirla en el sorteo de Reyes. O si, por el contrario, no recuperamos ni un céntimo de los euros apostados.
A Sánchez, salvando las distancias, le sucede algo parecido. Todavía no descarta que le toque el gordo. Sucederá si el congreso de Esquerra se pronuncia sin ambages a favor de la abstención. En ese caso improbable, con un esprint final que apure los plazos parlamentarios, podría conseguir la investidura antes de fin de año. Puede suceder también que la suerte le sea adversa en el sorteo extraordinario de Barcelona y, después de haber invertido todo su capital en participaciones de riesgo, descarrile el proceso. Ocurrirá si el cónclave republicano aprueba alguna resolución que bloquee el acuerdo o lo haga imposible por imponer condiciones inasumibles.
La tercera posibilidad es que Pedro Sánchez obtenga algún premio de consolación. Suficiente para comprar un par de décimos para el sorteo del Niño y mantener la expectativa de una investidura exitosa en enero. Este es el resultado más probable, porque en realidad tanto el PSOE como Esquerra no pueden desaprovechar esta oportunidad para encarrilar -o intentarlo, al menos- el diálogo. Ya sé que ambos hacen de la necesidad virtud, especialmente Pedro Sánchez, a quien no le han dejado otra alternativa: o consigue que Esquerra se abstenga o le abre las compuertas a un futuro Gobierno del PP y Vox.
Tengo la impresión de que el acuerdo entre el PSOE y Esquerra está ultimado. Pero también que pende de un fino hilo. De ahí el sigilo de las conversaciones que tanto irrita a políticos y periodistas. Pero el desacuerdo principal son los tiempos. El PSOE tiene prisa: para evitar que le crezcan los enanos, se rearmen sus enemigos y se rompa el hilo. Esquerra necesita tiempo: suficiente para que los suyos hagan la difícil digestión del acuerdo. A sus espaldas, Casado y Puigdemont desenvainan la espada. Por eso será interesante saber qué números cantan los niños de San Ildefonso y también los delegados de Esquerra.