La enfermedad más peligrosa es estar vivo. Creo que era Sócrates quien afirmaba que la vida solo es buena si se vive bien. La ciencia ha conseguido prolongar mucho tiempo nuestro destino, pero la vida también tiene sus minutos basura que no merece la pena vivir, y mucho menos si son de agónica prórroga.
El tiempo de vida útil puede ser muy satisfactorio si se tiene la suerte de haber nacido en un lugar del mundo con un mínimo de paz, riqueza y seguridad que permitan disfrutar de las cosas buenas que tiene. Cuando se tiene esa suerte, digo, cobra sentido la máxima del loro que preside el portal de mi casa y de muchos locales: «Hace un día precioso, verás como viene alguno y lo jode». Porque siempre hay algo o alguien que lo jode.
El último aguafiestas ha sido la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición, que en pleno inicio del desparrame navideño le da por alertar que no es nada recomendable chupar las cabezas de las gambas y, por extensión, las de los langostinos, los carabineros, las nécoras y -lo peor de lo peor- la caca del centollo.
En lo que he viajado por el mundo he podido comprobar que las gambas son un alimento ecuménico que da de comer a millones de personas en todos los continentes y, en lo tocante a nuestro terruño, las gambas de Huelva, las que dan en un local en Guadarrama, las del tubo en Zaragoza, las del laurel en Logroño, las de Cádiz, las de la Barceloneta y Cambrils o las rojas de Menorca no solo nos alimentan, sino que alcanzan la categoría de tótems sagrados de nuestra gastronomía, solo comparables al jamón o al percebe.
Chupe la gamba tranquilo, y Feliz Navidad.