A finales del 2016, el año del referendo del brexit y de la elección presidencial en EE.UU. de Donald Trump, tuve ocasión de argumentar que una democracia con redes sociales era una democracia peor. Las redes, lejos de favorecer la discusión sobre los problemas colectivos, la búsqueda de soluciones a estos y la generación de oportunidades de crecimiento y bienestar, han engrandecido las diferencias entre ideologías y posiciones políticas, y rebajado la moderación a estridencia; han coadyuvado a la infantilización de los públicos, así como a normalizar la política como un espectáculo más.
Observando solo el caso español, nótese cómo hemos aceptado preguntas de tamaña altura como: ¿con qué político te irías de cañas? o, en las elecciones generales de noviembre, ¿el formato de candidatas mujeres fue más entretenido que el debate entre los varones aspirantes a presidente de gobierno? Los partidos de ámbito estatal que han accedido al Congreso de los Diputados a partir del 2015, Podemos, Ciudadanos, Vox, han competido, inicialmente, innovando en el diagnóstico de algunos problemas y el orden de prioridades, pero han resultado poco funcionales a la hora de idear soluciones alternativas económica y políticamente viables.
En la confusión de la teatralización de la diferencia y el hiperaplauso a líderes de quienes, en no pocos casos, desconocemos habilidades políticas distintas a la interpretación afectada de un guion acartonado, nos pasa un tanto desapercibido el rendimiento de las administraciones autonómicas y locales; así como, todavía más, de las instituciones de la Unión Europea, nada menos que en la programación financiera y la elaboración de las principales políticas macroeconómicas y sectoriales.
A nivel europeo y global, el 2019 ha sido, en cambio, un año de brotes verdes para la democracia, desde el aumento de la participación en las elecciones al Parlamento Europeo, a los efectos contagio de la acción colectiva para combatir la violencia contra las mujeres, el cambio climático o los excesos de regímenes o líderes corruptos despreocupados por los derechos y las condiciones de vida de las mayorías sociales. Los profesores de Ciencia Política enseñan que la democracia -en el polo opuesto de los tratantes de miedo y displicencia- se fortalece con la confianza, que nace, primero de todo, de la responsabilidad individual.
No sé ustedes. Yo pediré a la nueva década, para las instituciones, menos celebrities y más ingenieros -me consta que son excelentes en el diseño de políticas-; menos políticos para ir de cañas fuera de hora y más para tomar cafés en mesas plurales. Los cafés de ellos, con la chispa política verdadera, capaz de identificar en cada contexto el hilo bueno que une los mimbres -incluso los mejores- y compone la cesta que aguanta.