Todos los años terminan de la misma manera: derritiéndonos. Este, más. Porque estamos en manos, en los pies y las uñas, de aquellos que ya solo piensan en la ceremonia y celebración de ellos mismos. Se nos ha ido la esperanza de repente. Y lo sabemos. Mientras hablan de diálogo yo siento una irreprimible ansia de salir de aquí. Me abruma tanto esta España y este «sanchecismo» que solo queda dentro de mí la decepción. Han negociado sin rubor con aquellos que están condenados por sedición y malversación. Sin rubor, insisto. Y a la ciudadanía poco le importa. Es el último aliento de la mejor España de la historia. No digo que vendrán tiempos mejores, porque sin duda vendrán, lo único que quiero proclamar contra el silencio de lo políticamente correcto es que nos equivocamos. Nos equivocamos en nuestra disidencia. Nuestra decadencia. Este olor a novela de Marcel Proust pero sin prosa y sin una Odette que llene nuestros sueños. España ha dejado de soñar. Ya solo quedan las pesadillas.
Dirán ustedes que no es para tanto. Pero lo es. Esta actitud de brazos caídos mientras el gobierno de España ha negociado con los que quieren salir de España es ininteligible. Y si abres la boca, enseguida disparan: «La derecha no ha querido abstenerse». Pero es mentira. A la derecha ni la han consultado. Dos días después de las elecciones, sin dirigirse a «la derecha», Pedro Sánchez ya había tomado su decisión: los separatistas y Podemos, o al revés, tanto monta monta tanto. Nos arrepentiremos. Pero de momento conviene gozar la fiesta. El mundo no irá a peor porque Trump se juega su reelección y aflojará las cuerdas de la economía. Todo progresará adecuadamente. Incluso Cataluña, que recibirá las dádivas del nuevo gobierno. Y el País Vasco, por supuesto, los que siempre se han aprovechado de la debilidad del Estado: el PNV es el PNV y sus circunstancias, de derechas o izquierdas, qué importa. Es el partido que más ha traicionado a lo largo de la historia a la historia común de todos los pueblos de España. ¿Sentido de Estado? Ninguno. Su estado es vivir contra el Estado y a favor de su estado de bienestar y prosperidad y opulencia. Y en esas andamos. A las puertas de 2020, con las elecciones gallegas llamando a la puerta y con la inseguridad de estar como estamos: en manos del independentismo catalán. En manos del silencio cómplice de todos los socialistas que lo ven mal, pero callan. De todos los que dicen estar al servicio de España o Galicia y en realidad solo están al servicio de sí mismos. Qué decepción. Es el declive sobresaliente e insuperable. Nunca España caerá más bajo. En nombre de la decadencia escribo esta columna triste para despedir un año aciago, en funciones. El año que ha abierto un nuevo año, en lo «político», peor todavía.
Negociamos con delincuentes sentenciados y presos, por sedición y malversación, el gobierno de todos. Es la verdad. Asumámoslo, en nombre de la decadencia. Tristemente.