Música de tambores de guerra sirve de banda sonora en las redes y en los programas de política-espectáculo al esprint final para la investidura de Sánchez. Para unos, se avecina el apocalipsis. Para otros, una era de justicia social y prosperidad. Pero la mayoría evita mojarse. ¿Por qué? Porque hemos aprendido -por dolorosa experiencia- que hay pocas expresiones más certeras que la que da título a la shakesperiana Mucho ruido y pocas nueces.
Lo que se está conformando en España es un Ejecutivo débil, con fecha de caducidad, y parido con un doble pecado original: el primero, el de portar el virus del bigobierno que lastró al bipartito de Touriño y Quintana; el segundo, el de ser minoritario y necesitar de la muleta del atrabiliario y fabulador independentismo catalán.
Ante este panorama, y viendo que las posibles alternativas de futuro, el PP y Vox, gustan del trumpismo más burdo (Díaz Ayuso hablando sobre la contaminación y los tuits golpistas de diputados de Abascal), hay que prepararse para lo peor. Y coincidir con el escritor Jonathan Coe en que «la indignación tiene una capacidad de seducción muy alta estos días». Y reclamar que la retransmisión en directo de la investidura la subtitulen esos formidables maestros de la ironía que cada cambio de año triunfan con Cachitos en TVE.