Los mimbres para tejer el cesto del Gobierno de coalición parecen, en general, resistentes y de calidad. Son heterogéneos, pero me niego a clasificarlos de acuerdo con la manida división de tecnócratas y políticos. A mí esto de los perfiles, aunque goza de creciente aceptación, me parece un invento de la derecha, la cual ya en el siglo pasado anunciaba la muerte de las ideologías. Un invento para transmitir el mensaje de que solo el técnico o el profesional de abultado currículo es digno de ocupar una cartera ministerial. Rechazo esa tesis subyacente por una simple razón: todos somos políticos -también Franco, el mismo que le decía a un alcalde de pueblo: «Haga como yo, no se meta en política»- y un ministro, quiera o no, es un político en ejercicio. Por eso les anuncio que cuando sea presidente no nombraré ministro o conselleiro de Sanidad al excelente cirujano que me operó -y miren que le estoy agradecido-, sino al político que, a mi juicio, mejor defenderá ese pilar básico del estado del bienestar.
Con ese criterio, resulta aventurado y hasta osado prejuzgar a los nuevos ministros. Algunos nombres me suenan a chino y de otros conozco su trayectoria profesional o incluso política, pero ajena a las lides de Gobierno. Pondré tres ejemplos. Nadie discute la reputación y talla intelectual de Manuel Castells, y menos aún quienes nos introducimos en La era de la información a través de su magna trilogía, lo cual no garantiza, pero tampoco descarta, su éxito al frente del Ministerio de Universidades.
José Luis Escrivá es, sin duda, el fichaje estrella y más significativo de Pedro Sánchez. El presidente de la AIReF, organismo impuesto por Bruselas para velar por la sostenibilidad de las cuentas públicas, asume el mando de la Seguridad Social. Será el ministro de las pensiones, que debe gestionar 40 % del gasto del Estado, reactivar el Pacto de Toledo y demostrar, en consonancia con las propuestas de la AIReF sobre la materia, que la actualización de las prestaciones según el coste de la vida es perfectamente compatible con la viabilidad financiera del sistema.
A Arancha González Laya, ministra de Exteriores, no la conocía ni mucho ni poco. Pero su nombramiento ya ha tenido un efecto fulminante: ha abierto una sensible brecha en la negativa del PP a negociar con el Gobierno pactos de Estado. Esa brecha se llama García-Margallo, el exministro de Rajoy que acogió el nombramiento de Laya como debe hacerlo un político con sentido del Estado: «Me tiene a su disposición para defender los intereses de España».
Los mimbres tienen buena pinta. La duda estriba en la voluntad y destreza de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para tejer con ellos un cesto sólido y duradero. Un Gobierno cohesionado o, por el contrario, dos gobiernos a la greña. Sus primeros gestos después del último abrazo no han mejorado la confianza: ambos demostraron excesiva prisa por marcar sus territorios. Y ese afán, manifestado antes de consolidar el territorio común, no proporciona vigor a un Gobierno que nace débil.