En un alarde de periodismo de investigación, alguien de un periódico se ha leído las 434 páginas de la tesis doctoral de una conocida política española y ha descubierto que ha cometido 179 erratas y 30 faltas de ortografía. Ese trabajo, que versa sobre el derecho de enmienda en la producción de la ley, tiene que ofrecer otros atractivos que animen a su lectura, pues de otra forma cuesta explicarse esta. «Y aquí no ha pasado nada», escribe una columnista que quizá esperaba la dimisión de la política o la anulación de su doctorado.
En la prensa más crítica con el personaje en cuestión se ha producido cierto revuelo, como en algunos episodios similares. Uno de los más recientes es el de otro político que escribió en un tuit sabia cuando debería haber puesto savia (‘energía, elemento vivificador’). El error fue posteriormente corregido, pero el escándalo fue grande. En una información en cuyo título se anunciaba que le enseñaban al infractor «la diferencia entre ‘sabia’ y savia’ según la RAE», un diario que criticaba la «falta de ortografía garrafal» señalaba que el error era de tal magnitud que el autor se había visto «obligado ha [sic] corregir el tuit». La conversión de la preposición a en ha dejaba en agua de borrajas el zurriagazo del voluntarioso ortógrafo.
Otro animoso corrector de la «garrafal falta de ortografía» afirmaba que esta había sido de tal calibre que el pecador había tenido que corregir el tweet. Olvidaba que este sustantivo inglés ha sido adaptado al español como tuit, y así figura en el Diccionario. Y aplicaba a la infracción los calificativos imperdonable, intolerable, inasumible, garrafal… «Para echarse las manos a la cabeza», seguía el escandalizado periodista, que concluyó con un «¡Cero en ortografía!» tras rebautizar a la Real Academia Española como Real Academia de la Lengua.
Si el interés del crítico es la observancia de la ortografía, el tono constructivo puede tener mejores efectos, e incluso que se vean con otros ojos sus propios errores. Es la lección que nos da ese grupo de estudiantes extremeños, Detectives de la ESO, que busca faltas gramaticales y ortográficas de personajes famosos, a los que luego se dirige con mensajes sin acritú, que diría Felipe González.
También en esta columna han aparecido erratas y errores. Lo reconoce el autor, que ha detectado varios al releer textos. Porque nadie está libre de equivocarse. Ni quien escribió aquella obra tan cuidada que le puso este remate antes de enviarla a la imprenta: «Este libro no contiene ninguna errita». Se non è vero, è ben trovato.