
El lema que cualquier Estado totalitario hubiera suscrito tiene su origen en el título de un libro de Lorenz Diefenbach de 1873, con su método para la rehabilitación de estafadores y jugadores. Su uso se volvió común al ser adoptado por la República de Weimar en la década de los veinte del siglo pasado. Sin embargo, fue Theodor Eicke, el comandante del campo de concentración de Dachau, quien ordenó su inscripción en las puertas del mismo para ser después copiado en el centro del horror de Auschwitz a instancias de Rudolf Höss. Lo más acertado hubiera sido grabar en la reja de este ignominioso lugar «la muerte os hará libres», ya que cerca de millón y medio de almas dejaron de existir tiroteados a los pies de los trenes que trasladaron hasta allí a los judíos y miembros de otros grupos considerados indeseables como gitanos, comunistas u homosexuales, o gaseados en los barracones donde se suponía que los iban a desinfectar.
Setenta y cinco años hace ya de un 27 de enero, cuando los soviéticos entraron y liberaron el campo de concentración de Auschwitz. Pese a que ya habían liberado otros antes, el volumen del horror de este hizo palidecer al resto. Respecto al millón y medio de almas que perecieron de frío, hambre, enfermedad o aniquilación, solamente sobrevivieron algunos miles.
Fue la barbarie humana llevada al extremo, que no debemos olvidar ni repetir. Y si bien los alemanes, con su eficacia y amor por la organización, alcanzaron la cima de la perfección en el exterminio de otros seres humanos, no podemos olvidar que los que inauguraron la práctica del genocidio de masas fueron los turcos, quienes ya en 1915 ejecutaron y dejaron morir de hambre, frío y enfermedad a más de un millón de armenios, obligándoles a caminar centenares de kilómetros en pleno invierno, sin abrigo ni alimentos.
?Pese a que habían liberado otros antes, el volumen del horror del campo de concentración de Auschwitz hizo palidecer al resto. Millón y medio de almas perecieron y solo sobrevivieron unas miles