La mentira es la moral de nuestro tiempo. El más infausto, en lo político, del que tengo memoria. Uno siempre supo que los políticos mienten. Así ha sido a lo largo de la historia, desde los tiempos de Cicerón -al que le cortaron las manos por decir la verdad - hasta los anales en los que Winston Churchill esculpió su ingenio: «Una mentira habrá dado la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga la oportunidad de ponerse los pantalones». Digo, pues, que la mentira y la política van de la mano.
Sin embargo, nunca la mentira se había convertido en moral, es decir, el conjunto de costumbres y normas adecuadas para dirigir el comportamiento de las personas en una comunidad.
La moral de España, ahora mismo, es la mentira. Se ha hecho tan natural que hasta ya no les produce ni la más mínima vergüenza decir una cosa y la contraria en el lapso de escasos días, e incluso unas horas.
Esto, que parece gravísimo, la sociedad ya lo ha asumido como natural. Esa naturalidad que engalana la Moncloa cuando asevera que no se reunirá con los independentistas, y a las dos horas declara que sí se reunirá. O las cinco versiones, cinco, que otorgó el número dos del PSOE y ministro Ábalos. O las declaraciones de Carmen Calvo, fénix de los ingenios, que no tiene reparo en proferir la mayor de las barbaridades de índole intelectual sin inmutarse.
Cuánto talento, y nosotros ajenos a él. Créanme, no es fácil. Hasta resulta arduo para los actores engañar sobre un escenario. Para este Gobierno, no. Es lo que hemos votado. Un Gobierno en manos del independentismo y de la farsa: Tezanos e Iván Redondo.
Pero entre todos los grandes talentos gubernamentales, ninguno como el de María Jesús Montero, ministra de Hacienda.
La pasada semana hizo ver a España entera que nuestro dinero (el 50 % del IVA de diciembre del 2017) ya no es nuestro. Y que no nos lo devuelven.
Su argumentación, dicen los economistas, técnicamente, es un insulto a la inteligencia. Y sobre las reclamaciones, la ministra Montero recordaba un lema infausto: «El Estado nos roba».
Dice que eso es lo que propugnan los reclamantes: todos los prebostes autonómicos, incluidos los socialistas (menos Gonzalo Caballero).
Es el oxímoron perfecto. La contradicción en sí misma. Porque los que hicieron popular ese lema no somos nosotros.
Fueron sus socios independentistas. Los que le han dado el Gobierno y lo condicionan. Esa es la verdad.