Mujeres asesinadas: violencia y odio hasta el golpe final

OPINIÓN

María Pedreda

13 feb 2020 . Actualizado a las 15:16 h.

Los hombres se creen dueños del mundo, de todos los poderes y por supuesto del cuerpo de las mujeres. Dueños de la vida y de la muerte. Ellos deciden cuándo deben morir ellas. De tres heridas fue asesinada Clara María Expósito. No había denunciado, ni sospechaba que pudiera llegar a ser asesinada por su novio.

 La violencia de género es como la humedad, no la ves, pero está ahí. Te hace daño, se va apropiando de tu vida, de tu libertad, de tu tranquilidad, aparece con cada explosión de ira, pasa, deviene la «luna de miel» y se vuelve a repetir hasta el infinito. Hasta que te asesta el golpe final.

Lo que necesitamos todas las mujeres jóvenes, maduras y mayores es una voluntad política férrea, recursos y compromiso. Todas estamos expuestas porque la agresión no la vemos venir, por la «naturalización» de las relaciones tóxicas, de poder y de abuso de parte de los varones. Es urgente la activación de un protocolo de detección de la violencia de género en sus primeras etapas en los servicios públicos de salud, en los servicios sociales. Cualquier sospecha de que la mujer está viviendo situaciones de abuso y de maltrato debe derivarse a la trabajadora social, a la psicóloga, invitarla a talleres de sensibilización para informarle de los riesgos.

En las escuelas a través de los hijos pequeños, también nos podemos enterar de lo que ocurre en los hogares con sus madres. Cuando faltan reiteradamente al colegio, están tristes o sin socializar son signos que pueden indicar lo que está sucediendo.

Las mujeres requerimos medidas urgentes, campañas, protocolos de atención, formación en la perspectiva de género para jueces, fiscales, policías, abogados de guardia, etcétera. Es urgente amar -y empatizar- con las víctimas de violencia de género, nunca dejarlas solas. Ellas se encuentran llenas de terror, paralizadas por el miedo, sin apenas poder reconocer y verbalizar el infierno que están viviendo, por vergüenza, por temor, por las consecuencias de hablar o incluso por creer que «él pueda cambiar». Son tiempos oscuros.

Clara y todas las demás víctimas fueron asesinadas por la misoginia encubierta o brutal que ejercen los hombres sobre nuestras vidas, sobre nuestros cuerpos, emociones, hijos, familia, bienes… No somos ni heroínas ni mártires de la historia social, porque una mujer no elige morir asesinada, ni las muertas han servido para salvar a otras de la muerte. Ni tampoco hemos pretendido ser heroicas en esos infiernos de dolor, angustia y desolación. Ni fuimos, ni somos, ni seremos las heroínas de esta miseria salpicada de sangre llamada machismo. Tampoco elegimos vivir en estos infiernos; nos sucedió sin darnos cuenta, deseábamos otra vida… Deseábamos vivir, por supuesto, no deseamos morir cada día antes de ser asesinadas.

En la vivencia de estas violencias no hay resistencia, ni heroicidad, sino sumisión, ejercicio cruel de poder, complicidad de la sociedad y de un Estado y un sistema patriarcal, que se retroalimenta de otros sistemas como el económico, el religioso y el político.

El minuto de silencio del movimiento feminista constituye la construcción colectiva de la esperanza y la participación política de la ciudadanía en las calles.

Los asesinatos del terrorismo machista no podemos nombrarlos como historias de resistencia feminista. ¿Cuántas más personas necesitan morir en esta guerra desigual, no elegida, que asalta la vida de las mujeres?

Ser mujer es tener una sentencia al maltrato, a la violación y al asesinato brutal; en cualquier momento, de manera inminente.

Nosotras, las supervivientes, sabemos del terror que se siente antes de morir. Antes de que llegue el final permanecemos sumisas, calladas, cautelosas, preservando nuestra vida y la de nuestros hijos... Sin desafíos, ni movimientos extraños que pongan en riesgo nuestras vidas. Estamos expectantes, atentas al asalto sorpresivo.

Todo sentimiento es reflejo de un acto primario de supervivencia, mientras el miedo está metido en los huesos, en el alma, en la sangre, en los sueños, en la mirada... Cuidamos hasta las palpitaciones de nuestro corazón para que estas no nos delaten, se rompa la calma y venga el golpe brutal y final. No hay reflexión, ni resistencia feminista, solo el deseo profundo e instintivo de vivir.