Cambiar de opinión merece respeto, contradecirse no lo merece, porque semejante agresión a la lógica solo puede significar unas pocas cosas: que quien la perpetra anda justito de entendederas, que no sabe de qué habla, que se trabuca o que quiere engañar. González Laya, nuestra ministra de exteriores, ha dado muestras sobradas de inteligencia, sabe de lo que habla y no se equivoca. Sin embargo, dijo que Guaidó es a la vez presidente encargado y jefe de la oposición. Lidera la oposición contra sí mismo, o contra otro presidente. Raro. Cuando la realidad se pone pesada, siempre cabe recurrir al verbo «ser» para redefinirla y renombrar el mundo -adanismo- hasta caer en la siguiente, inevitable, contradicción.
Este recurso a la ontología, parte de la metafísica que se ocupa del ser y sus atributos, funciona también en otros ministerios y en otras latitudes, de modo particular en todo lo que viene llamándose «género». Dicen, por ejemplo, «no es no» o «solo sí es sí», pero no dicen «más es más y menos es menos», feísimo pleonasmo que enfatiza lo obvio, a veces sí se dice que «menos es más» o que «un poco es mucho».
Los laboristas británicos están en modo caza de brujas: todo aquel que discuta que «una mujer trans es una mujer» deberá ser expulsado, no del baño de mujeres, sino del partido. Incluida Debbie Hayton, una trans que dice que sigue siendo un hombre aunque se haya operado. Hay que refundar lo real hasta que las trans ganen todas las finales femeninas de cien metros, porque son mujeres. Y así, de contradicción en contradicción, hasta la siguiente bofetada electoral, mientras el viejo socialista Sanders, que pasa de lo del género, arrasa entre los demócratas.
@pacosanchez