Esta sala de reuniones del Consejo de Ministros se empieza a parecer a una sala de despiece. Mesa hay para el arte del troceo, pues es robusta: de madera laminada regruesada, tiene detalles en palo santo, caoba, boj y ébano, cuentan las crónicas. Que sea grande es relativo: al Gobierno-multitud se le hace diminuta. En este escenario solemne se corta el bacalao, o sea, lo importante. Se nota que hay predilección por ciertos clientes: el PNV arrasa con casi todo el solomillo, y el resto de la carne con la que hacer secretos, amén del entrecot, está reservada a los puigdemonts de turno. De nada vale llegar antes porque no se da la vez. Sí se fía, pero solo a los morosos. Y hoja de reclamaciones no hay. Históricamente, Galicia se las tiene que apañar con las mollejas y la piel del pollo. Queda sentarse a contemplar el espectáculo, el afilar del cuchillo chuletero cuando la clientela vip abre la boca tal que así: «Póngame cuarto y mitad de España».