Siempre he defendido la prevalencia de la palabra sobre la imagen. Es falso que un significante nos lleve más allá que un significado. Cuando escuchamos la palabra catedral podemos imaginar la catedral más hermosa. Sin embargo, si nos muestran la fotografía de una seo determinada, nuestro intelecto solo sabrá distinguir ese lugar y tal vez ese tiempo. Todas estas apreciaciones no dejan de ser pinceladas que dibujan nuestro presente: la imagen ha relegado a la palabra. No solo eso: la ha esclavizado y humillado. Vivimos un tiempo de imaginario bonapartismo. Y digo tal para señalar que vivimos en el tiempo más falaz de todos los vividos. Yo, por lo menos.
El título de la columna no es inocente. Podría titular de otro modo. Cesarismo, absolutismo, tiranía de la imagen. Pero escogí «bonapartismo». Es un término común en la literatura marxista. Marx dedicó tres brillantes estudios a relevantes acontecimientos franceses: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 (1850), El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852) y La Guerra Civil en Francia (Tercera parte, 1871). Sin embargo, el término no proviene de Marx, sino que parte de la correspondencia con Engels. Gramsci y Trotsky fueron habituales «empleadores» del mismo sintagma. Y desde ahí, toda la historiografía marxista se empapa de tales conceptos. No son lo mismo. Pero el espacio de una columna no basta para profundizar en sus diferencias. Sírvanos el bonapartismo, aplicado a la imagen, como espejo de nuestro tiempo. Ella todo lo domina. Como Bonaparte. De ahí la definición sucinta del bonapartismo: forma de gobierno autoritario y plebiscitario, ratificado por sufragio universal. El cesarismo era otra cosa. El sufragio no existía. Sin embargo, a la imagen todos la avalan (casi plebiscitariamente). En política, más. El espectáculo de «la cumbre entre los gobiernos catalán y español» es el paradigma. La imagen manda. Se buscaba la foto. Uno, a un mes de las elecciones gallegas, prefiere los significados a los significantes. Las palabras a las imágenes. La verdad a la mentira. El rigor, y más en la crisis que se anuncia, a la improvisación. Eso es lo que reclamo a los políticos. Lo demás, tan bien urdido desde Marx en adelante, es solo bonapartismo. El bonapartismo de la imagen.